De la noticia a la historia
Un legado para la cultura de la arquitectura
¿En qué momento las noticias se convierten en historia? Teniendo en cuenta la amenaza del cambio climático, a menudo me pregunto si, en el siglo XXI, tendrá sentido la visión histórica; en el caso de que lo tenga, quienes quieran conocer lo que sucedió en la arquitectura durante la última década del siglo XX y la primera del XXI deberán acudir a la ‘crónica de arquitectura’ publicada por Luis Fernández-Galiano en dos volúmenes. El autor titula el conjunto Años alejandrinos, lo cual no es sino una referencia arcana al número de años cubiertos por sus crónicas —catorce, de 1993 a 2006—, que son también los versos que tiene un alejandrino. Los pentámetros yámbicos me quedan un poco lejos, y creo que se entienden mejor los títulos de cada uno de los dos volúmenes. El primero, ‘La edad del espectáculo’, está ilustrado en cubierta con una imagen del Museo Guggenheim de Bilbao, en tanto que el segundo, ‘Tiempo de incertidumbre’, lo hace con la imagen icónica de las Torres Gemelas en llamas; y ambos funcionan como una invitación a reflexionar sobre si los tiempos que hemos vivido pueden considerarse en términos de Zeitgeist. Saber de dónde saca el tiempo el autor —ese brillante creador de palabras a quien habría que llamar ‘Súper-Luis’— para dar clase en la universidad, dirigir dos revistas importantes y escribir durante catorce años una columna semanal de calidad en el periódico más importante de España, es algo que se me escapa. Espero que se me disculpe escribir en primera persona, pero no puedo ocultar que he admirado a Luis durante treinta años, amén de haber estado con frecuencia involucrado en sus proyectos. Por tanto, sé que no puedo ser imparcial. Sé también que, por costumbre, Luis no estará de acuerdo con casi nada de lo que diga, y no dudará en corregir de errores mis asertos. Lo de aceptar algo al mismo tiempo que se pone en cuestión proviene de su rigurosa educación jesuita, combinada con el intento, ensayado a lo largo de toda su vida, de continuar con el gran proyecto ilustrado de alcanzar el conocimiento universal, a la manera de un Denis Diderot.
El autor escribió muchos de sus artículos para el periódico El País como una respuesta a los acontecimientos del momento, desde escándalos políticos hasta desastres naturales y militares, pasando por noticias económicas, exposiciones y premios. En este contexto, el ya mencionado Museo Guggenheim de Frank Gehry mereció tres artículos importantes, como uno de los acontecimientos arquitectónicos más destacados del periodo. A través de Luis, nos enteramos de que el proyecto del museo fue el fruto de la inversión del Gobierno regional vasco, comprometido en sacar de la decadencia a la ciudad portuaria al tiempo que buscaba superar su historia de terrorismo; y en su discurso el autor emplea algunas de las mejores hipérboles arquitectónicas que he tenido ocasión de leer. ‘Hosanna Guggenheim’ es, de hecho, un artículo que debería funcionar como una fuente clásica para cualquiera que aspire a ser crítico de arquitectura; un texto donde se mezclan con tino la cultura y la política, y que comienza con una referencia a la ‘Canción de Bilbao’ de Brecht y Weill, para continuar: «La generosidad de las administraciones vascas ha permitido al californiano Frank Gehry construir una escultura colosal y emocionante, una tempestad congelada de titanio que rivaliza física y simbólicamente con la obra de Wright.»
La colección de artículos es comprensiblemente hispanocéntrica, eurocéntrica y me atrevería a decir que etnocéntrica, aunque esto no quita para que el autor busque comprender en qué medida las teorías de la arquitectura afectan al contexto contemporáneo. Sus intereses van desde su ciudad de arraigo, Madrid —de la que suele estar terriblemente decepcionado—, hasta Cataluña, Galicia o Andalucía. Rafael Moneo —durante mucho tiempo el único ganador español del Premio Pritzker— resulta muy elogiado por obras como el Museo Romano de Mérida, la Fundación Miró de Mallorca o el Kursaal de San Sebastián. Como historiador, Fernández-Galiano destaca el ingenio de los arquitectos modernos españoles de la década de 1950, como Miguel Fisac y Alejandro de la Sota, a la vez que no duda en sacar a la luz los poblados de colonización construidos durante la dictadura de Franco. Con todo, la mayor parte de su trabajo se centra en presentar, desde su imagen, sus valores urbanos y su racionalidad técnica, proyectos recientes, sin promover a nadie en particular. Cuando aborda en detalle el papel de Rem Koolhaas como teórico, lo hace, justificadamente, por el gran impacto que tuvo S,M,L,XL tras su aparición en 1995. Su atención a Latinoamérica y Asia, aunque no muy amplia, resulta penetrante, y le lleva a explorar el exquisito patrimonio moderno de figuras como Luis Barragán y Eladio Dieste, así como a evaluar los brutales efectos de la urbanización. En este contexto, los Estados Unidos desempeñan un papel protagonista, pero menos como cuna de grandes edificios que como el origen de la cultura del consumo. Por su parte, como si fueran una suerte de Supermán y Tarzán, Tadao Ando y Fumihiko Maki aparecen en las páginas dedicadas a Asia, mientras esperan a que Kazuyo Sejima lo haga en el segundo volumen.
Todos los textos publicados —que, originalmente, estaban poco ilustrados— se han acompañado ahora con fotografías en color, a veces incluso cuatro en una página, lo que añade a la palabra escrita una impresionante capa visual. El futuro historiador encontrará en estos dos volúmenes la mayoría de los edificios que formarán parte del canon de la historia de la arquitectura, como la cúpula del Reichstag de Foster, la Ciudad de las Ciencias de Calatrava, La Casa da Musica de Koolhaas, la Bodega en el Valle de Napa de Herzog & de Meuron, el Monumento al Holocausto de Eisenman, el Museo KUG de Zumthor, el Centro de Ciencias de Zaha Hadid y las obras, más sutiles, de Glenn Murcutt y Francis Kéré. Pero se trata mucho más que de una simple galería de grandes edificios: el autor nos hace partícipes de los acontecimientos locales, dando cuenta, por ejemplo, de la violencia de la época a través de la destrucción de la biblioteca de Sarajevo, o bien denunciando la vanidad de la cultura del consumo según la presenta la película El Show de Truman. En estas crónicas, el lector se encontrará siempre con un moralista dotado de buen humor, que se lamenta de la ruina de la vida urbana, de las catástrofes ecológicas, de la banalidad de la civilización del espectáculo, y de la crueldad del desarrollismo capitalista. Sin embargo, su mensaje es también de esperanza, en la medida en que cree que la razón y el buen sentido acabarán triunfando. Entre los críticos e historiadores de arquitectura de nuestro tiempo, Fernández-Galiano es el único que se mantiene en pie, el único con un conocimiento tan completo tanto del mundo propio de los edificios como del papel económico y político que desempeñan. A través de la crítica, ha tejido el tapiz complejo de una época que pocos estudiosos saben abordar, y ha producido un documento indispensable para entender cómo la arquitectura respondió a la era del espectáculo envuelta en la incertidumbre.