Antes de convertirse en el más notorio propagandista de la arquitectura postmoderna, Charles Jencks fue un agudo y herético historiador de la modernidad. Desaparecido el pasado 13 de octubre, el arquitecto y crítico deja tras de sí más de 30 libros, algunos jardines y la promoción de los modélicos Maggie’s Centres, pequeños pabellones para pacientes de cáncer diseñados por los más grandes arquitectos contemporáneos. Inevitablemente vinculado con el clasicismo postmoderno, al que dedicó buena parte de sus publicaciones e inspiró las formas juguetonas de su casa-manifiesto en Londres, Jencks usó sin embargo una alucinada abstracción geométrica en los paisajes y jardines que llamó ‘cósmicos’, y fue muy ecléctico en los encargos de los pabellones que llevan el nombre de su segunda esposa, la artista y experta en jardines chinos Maggie Keswick, fallecida de cáncer, y recordada hoy con obras de Zaha Hadid, Norman Foster, Frank Gehry, Rem Koolhaas, Richard Rogers o Benedetta Tagliabue.
Nacido en Baltimore y educado en Harvard, acabaría asentándose en el Reino Unido tras redactar su tesis doctoral en Londres bajo la dirección de Reyner Banham, un trabajo que daría lugar en 1973 a Modern Movements in Architecture, una visión del siglo XX cuyo título plural sugiere la apertura de su enfoque, y que es sin duda su mejor libro. Influido por Karl Popper y Hannah Arendt, a los que cita reiteradamente, censura el dogmatismo restrictivo del funcionalismo tectónico o el platonismo geométrico de arquitectos como Mies van der Rohe, que muestra su inconsistencia en las no resueltas esquinas interiores del Seagram. Lo publiqué en español diez años después, y Jencks quiso reemplazar el epílogo ‘Arquitectura y revolución’ por el más inclusivo ‘Arquitectura tardomoderna y postmoderna’, que habla elocuentemente del giro de sus intereses de la historia a la crítica, tras el formidable éxito de The Language of Post-Modern Architecture, aparecido en 1977 y ampliado innumerables veces con nuevas figuras y movimientos, en un carnaval inclusivo que le llevó a desarrollar complejas taxonomías de los sucesivos ismos a través de diagramas que reflejaban ‘árboles evolutivos’. Su interés en la ciencia y en los ‘multiversos’ le llevó a interpretar la obra de arquitectos como Daniel Libeskind o Peter Eisenman con metáforas científicas algo disparatadas, presentando incluso la Núvol i cadira que corona la barcelonesa Fundación Tàpies ¡como una imagen de las supercuerdas!
Prueba de la versatilidad de su agenda y su cordialidad expansiva es que lo recuerdo presentándome en Los Ángeles a Thom Mayne y otros representantes de la que en 1989 era la joven arquitectura californiana, y casi tres décadas después, en 2017, asistiendo a la inauguración de la Elbphilharmonie de Herzog & de Meuron, o escribiendo sobre Norman Foster para la monografía de AV que publicamos ese año: arquitectos todos alejados de ese clasicismo postmoderno —hoy afortunadamente agostado— que promovió con sus libros y con sus textos en el AD de Andreas Papadakis. La curiosidad exenta de prejuicios y el espíritu liberal de Jencks, que se expresó tempranamente en su revisión de la modernidad, llegó hasta sus últimos compases con la variedad de sus afinidades electivas y la nómina de excelencia de los Maggie’s Centres, y esta amplitud de miras es seguramente aquello por lo que este historiador será recordado.