Bibliotecas y principios

El ‘otro’ origen de la arquitectura

Werner Oechslin 
31/12/2010


¿Cuál es el origen de la arquitectura? ¿Sigue siendo verosímil la narración de Vitruvio sobre aquella época primitiva en la que los hombres vivían aún como los animales (ut ferae), merodeando por bosques y cuevas? La leyenda vitruviana sobre el origen de la arquitectura sugiere que la funcionalidad (utilitas) promovió que los hombres imitaran en sus construcciones a los refugios de las ‘fieras’: tiendas revestidas por hojas secas, cuevas, envolventes para protegerse de la intemperie. Una lectura más exacta del texto pone de manifiesto, sin embargo, que la propuesta de Vitruvio trasciende la mera utilidad, enfocándose a algo nuevo: las facultades espirituales propias de los hombres (suis cogitationibus). Desde esta perspectiva, la arquitectura no puede considerarse como una mera respuesta a la necesidad o la violencia, sino como el resultado de una aptitud espiritual, una idea que confirman otras expresiones comprendidas en el texto de Vitruvio (sed etiam cogitationibus), formando un conjunto que enhebra los argumentos del arquitecto romano.El relato vitruviano sobre la cabaña originaria —incluida al comienzo del segundo libro de su tratado— recoge además la anécdota del muy dotado arquitecto Dinócrates, que ofreció sus servicios a Alejandro, confesando el propio Vitruvio que, al carecer de las virtudes de tan ilustre predecesor, se tuvo que conformar con brindar al César nada más que sus estudios y escritos (per auxilia scientiae et scripta).

La arquitectura siempre ha estado definida, hasta la médula, por sus propias capacidades espirituales y sus herramientas específicas como disciplina, de tal modo que, mucho más tarde, en Berlín, Riedel podrá escribir: «La arquitectura siempre ha tenido capacidad para educar».

Lo arquitectónico se asocia análogamente a la capacidad que constituye la gloria del hombre cultivado: su propia autonomía (Selbstättigkeit). Este escenario común está recogido en el concepto de ‘humanidad’ esgrimido en 1784 por Johann Gottfried Herder en sus Ideas sobre la Filosofía de la Historia de la Humanidad, en cuya página de portada puede advertirse la siguiente cita: «Quem te Deus esse./ Jussit et humana qua parte locatus es in re/ Disce» («Quien eres lo determina un dios, pero aprende qué asuntos humanos te conciernen»). Aquí, en lugar del homo homini lupus se apuesta por lo humano como homo homini Deus, advirtiendo Herder: «El que esto escribe es un hombre y tú, que lo estás leyendo, también lo eres».

De estas ideas puede concluirse que los hombres, para darse forma a sí mismos en una ‘historia de la humanidad en general’, deberían disponer de ‘una filosofía de la ciencia’, a partir de la cual pueda llegarse a aquella famosa Totalidad filosófica que posteriormente Hegel identificará con ‘la Verdad’, materializada en la construcción de un ‘sistema científico’ que permitiría dar cuenta tanto de la ‘intuición intelectual’ como de la ‘representación del conocimiento de las formas’.

Que esta reflexión sobre el ser humano, su cultura, sus habilidades económicas y su destino final como ente «organizado para la sensibilidad, el arte y el lenguaje» también esté impresa en la representación de los comienzos de la arquitectura, apenas debería resultarnos sorprendente. En ella se refleja ya la orientación esencialmente espiritual de la existencia humana. La arquitectura —literalmente un soporte sólido y estable para el saber— siempre ha estado al servicio concreto de este trabajo formativo, en virtud de su capacidad innata para preservar la cultura del recuerdo. Esto conduce a la idea de la biblioteca como una verdadera arquitectura prístina y concreta.

El maestro de Jakob Burckhardt, Franz Kugler, consideraba que el origen de la configuración artística se encuentra en esta relación, semejante a la que se da entre el ‘estado original’ y los ‘estados de la infancia’ a la hora de entrar en la ‘madurez espiritual’: «Lo extraordinario entra en la vida humana: se prepara en la propia memoria, en la que a la simple aparición le sigue el tiempo fijado, el Monumento».

La arquitectura comienza así con el trabajo de preservar el saber alcanzado y los conocimientos adquiridos por los hombres, dándoles una forma estable, fijándolos en un ‘tiempo sólido’. Franz Kugler precisa al respecto: «En el monumento aparece una representación espiritual percibida a través de un medio sensorial. En este concepto late el Arte. El monumento es su comienzo». También lo es la biblioteca —en ella se encuentra lo espiritual materializado— en la medida en que puede ser considerada como un símbolo de la tarea de la arquitectura.

Es posible encontrar un precedente histórico de las ideas de Kugler en la tradición bíblica representada por Flavio Josefo. El autor judío nos informa de que los hijos de Set, para asegurar el saber alcanzado desde Adán, lo tenían grabado en dos pilares de barro cocido y piedra, resistentes al fuego y al agua. La arquitectura es la portadora del conocimiento, es un monumento, y encuentra en cada biblioteca in nuce su comienzo. Así se entendió también la fundación de la Biblioteca Vaticana por Sixto V. Sobre su primer pilar se encuentra grabada esta misma leyenda, ilustrada y descrita por Muzio Pansa en su representación Della Libraria Vaticana (1590). Por su parte, en 1617, Hugo Hermann (De Prima Scribendi Origine) sitúa el origen de la escritura en una relación semejante. En ambos casos se trata de una preservación del saber, consolidado físicamente, primero, a través del monumento y, después, de la biblioteca —como literal ‘portadora’ de libros—.

De esta manera se fundamenta la tarea —arquitectónica— de la biblioteca, ennoblecida a través de su alianza genealógica con lo constructivo. La edificada, ‘corpórea’ biblioteca garantiza la solidificación y la permanencia del conocimiento, extendiendo el proceso general de «transformación de lo dado en pensamiento» (Hegel) a la realidad corpórea del conocimiento, los libros, y su contenedor, la biblioteca. Ésta pone así a la disposición de los hombres los conocimientos, mediante la ayuda de los sentidos (el vitruviano auxilia) y de la propia ‘funcionalidad’ (et visui et usui). Estas ideas son compartidas por Claude de Molinet, quien describe a la biblioteca como «l’aliment et la nourriture» (el alimento y la manutención) de los hombres, es decir, el elemento esencial, el requisito indispensable para cumplir con el destino cultural propio de lo humano.


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