Tal vez fue por azar y no por premeditada búsqueda, pero hace más de 3.000 años que el hombre encontró la manera de hacer más resistente el hierro realizando aleaciones de este material con carbono. Nació así el que en la ingeniería metalúrgica se denomina acero. Los vestigios arqueológicos más antiguos de este material fueron encontrados en China, y pertenecen al año 1.400 a.C.
Ser hierro o ser acero depende de la cantidad de carbono que contenga su ADN. Los primeros aceros, y los más comunes, contienen un porcentaje de carbono comprendido entre el 0,03 % y el 1,075 %, y se denominan ‘aceros al carbono’. Tras una larga evolución, actualmente la industria produce una amplia gama de diferentes tipos de acero —aceros especiales—, en los que se han añadido también otros elementos, tanto metálicos como no metálicos, que mejoran considerablemente algunas de sus propiedades físico-químicas y/o mecánicas, como es el caso de los ‘aceros al silicio’ o los ‘aceros inoxidables’. Todos los tipos de acero conservan las características metálicas cualitativas del hierro —dureza, tenacidad y ductilidad—, y la intrínseca cualidad de ser óptimos para fabricar elementos lineales de gran resistencia mecánica para la construcción de estructuras portantes —perfiles, barras, alambres y cables—, así como elementos superficiales —planchas, chapas y paneles—, que hoy ofrecen una amplia variedad de texturas para la piel de la arquitectura...