¿Qué es más valioso, un kilo de piedra o un kilo de oro? Con esta pregunta iniciaba Adolf Loos su famoso texto sobre los materiales de construcción. La respuesta es fácil. Si el kilo de piedra pertenece al Panteón de Roma, a la Piedad de Miguel, a la Venus de Milo, o a la catedral de Sevilla, sin duda es más valioso que el kilo de oro.

Desde la libertad, el hombre es capaz de trascender la materia que da forma a su idea y dotarla de un incalculable valor. Sin duda, esta reflexión es aplicable a cualquier material, pero es precisamente la piedra la que atesora mayor cantidad de kilos de transgresión material dada su añeja y persistente utilización. A lo largo de muchos milenios —cuando la piedra era el material por excelencia— cada civilización desarrolló un específico lenguaje pétreo adaptado a su cultura, su ingenio, y a los avances de la técnica que fueron capaces de alcanzar. Prueba de ello es el atractivo, extenso y variado legado en el que la piedra ha dado forma a los más relevantes hitos de la memoria arquitectónica, desde las pirámides hasta las catedrales góticas, pasando por los edificios del pasado clásico...