El acero fue la más temprana mutación del hierro, una ingeniosa aleación de hierro con carbono. Nació así un material más duro, resistente y forjable, que abrió nuevos e inesperados horizontes no sólo para la arquitectura y la ingeniería, sino también para la fabricación de barcos, aviones y todo tipo de vehículos, incluso de las naves espaciales que protagonizaron la conquista del espacio. Una larga historia en la que, hoy, el mutante es el propio acero.
Los cambios genéticos de los materiales surgen de manera secuencial y acompasada conforme se desarrollan la ciencia y la técnica, un influjo al que actualmente debe añadirse el de las crecientes demandas de sostenibilidad del planeta. Hoy, la nanotecnología aplicada a los metales permite añadir a la matriz del acero otros materiales que lo dotan de nuevas e inimaginables propiedades, para obtener los llamados ‘aceros aleados’. Aunque el ‘acero al carbono’ —acero de construcción con entre un 0,03% y un 1,75% de carbono— representa casi el 90% de la producción mundial, los aceros aleados tienen cada vez más presencia en la construcción civil y arquitectónica. No en vano, entre las propiedades de algunos de estos mutantes están la de incrementar su resistencia a la corrosión y su dureza frente al impacto, o la de ser más ligeros, hecho que repercute en la reducción del peso propio de los esqueletos estructurales y consecuentemente en el dimensionado de sus cimentaciones y en la optimización racional de los recursos.
La aleación acero-arquitectura
Las vanguardias del diseño hoy ponen de manifiesto esta innovadora, plural y persistente realidad, en la que el acero está aleado con la arquitectura, lo que ha hecho surgir nuevos lenguajes en el paisaje del territorio, de la ciudad y del hábitat cotidiano. Pero, antes de tejer una breve reflexión sobre algunas de las más recientes aportaciones, es necesario recordar algunas de las más icónicas obras donde el acero se alía de manera intrínseca con la arquitectura, y que pusieron el broche final al siglo XX: desde el World Trade Center de Nueva York (1973) hasta el Museo Guggenheim de Bilbao (1997), pasando por el Centro Georges Pompidou de París (1977).
En 1973 se inauguraron en Nueva York las famosas Torres Gemelas como parte del World Trade Center, un revolucionario icono de la evolución de los rascacielos proyectado por el arquitecto Minoru Yamasaki y el ingeniero Leslie Robertson: dos esbeltos y gigantescos tubos de acero que transformaron el skyline de la ciudad, sobrepasando la altura del Empire State Building, que hasta entonces era el edificio más alto del mundo. Su innovadora estructura de acero estaba formada por un núcleo central coronado por una gran viga, y por una secuencia continua de 59 pilares de acero en cada una de las cuatro fachadas, posicionados a escasa distancia unos de otros. Una potente, rígida y resistente pared de acero configuraba la piel de los edificios y soportaba las cargas dinámicas producidas por el viento y por parte de las cargas verticales del edificio, en colaboración con los pilares interiores.
Fue en esa misma década de 1970 cuando los jóvenes arquitectos Renzo Piano y Richard Rogers ganaron el concurso convocado por George Pompidou para construir un centro cultural que tuviera la capacidad de convertirse en un hito de París, un proyecto revolucionario e innovador en el que la aleación de la arquitectura con el acero alcanzó gran repercusión internacional. Este fue una mutación del concepto espacial de la arquitectura, ya que su esqueleto estructural y sus instalaciones, formadas por enormes tubos de acero coloreado, envuelven todo el edificio para configurar una revolucionaria y potente imagen exterior. Fue una ingeniosa forma de liberar la totalidad de su superficie interior que recuerda a las catedrales góticas, cuyo esqueleto pétreo, prioritariamente exterior, unido a su escultural sistema de evacuación de aguas pluviales, coronado por atrayentes gárgolas, cambió de manera radical el espacio arquitectónico destinado al culto. Pero, además, al igual que las catedrales, el Centro George Pompidou colonizó su entorno urbano inmediato y lo transformó en una parte integrante de su espacio arquitectónico, una iconográfica manera de diluir el límite entre el dentro y el fuera.
En 1997 se inauguró en Bilbao el Museo Guggenheim proyectado por el arquitecto Frank Gehry y la ingeniería SOM, una arquitectura aleada con el acero que, de manera silenciosa, da sostén a su gigantesca y desafiante forma geométrica; y una estructura oculta de acero que, al igual que la de hierro proyectada por Gustave Eiffel en 1886 para la Estatua de la Libertad, resuelve de manera magistral la dictadura de la forma escultórica (no en vano, fue una estructura premiada por la Asociación de Ingenieros Estructurales de Estados Unidos). Culminando el desconstructivismo más agitado y gigante, el Guggenheim de Bilbao se viste con piel de titanio: al borde de las aguas del Nervión, brilla o calla bajo los reflejos de la luz, perpetuándose como obligado lugar de peregrinación en una ciudad que, desde entonces, existe para el mundo. Philip Johnson calificó este edificio como el más grande de nuestros tiempos.
Nuevas arquitecturas de acero
Como decía al inicio, las mutaciones de la arquitectura están aleadas con las siempre cambiantes demandas de la sociedad. El siglo XXI comenzó su andadura de la mano de la cada vez más necesaria sostenibilidad del planeta e, insoslayablemente, aleado con el miedo que flotaba en el aire tras el 11S. La reconstrucción de la Zona Cero de Nueva York provocó el nacimiento de un nuevo tipo de acero, desarrollado en los Estados Unidos por la compañía siderúrgica Arcelor Mittal, que es más duro y resistente. Este acero estuvo destinado a la construcción del esqueleto estructural de la Freedom Tower, proyectada por SOM y la ingeniería WSP: una magistral innovación de la ‘arquitectura del miedo’ que nunca debería haber existido.
Desde el inicio de este nuevo siglo, los grandes maestros de la arquitectura y la ingeniería también continuaron construyendo para asegurar la paz y la estabilidad que nos sostienen. Norman Foster inauguró en Londres en el 2004 un nuevo icono —el Edificio Swiss Re—, la primera torre ecológica de Londres, con una innovadora estructura de acero que no necesita núcleo central. Con una altura de 180 metros y 41 plantas, está destinada a oficinas. Su planta es circular y toma una forma aerodinámica frente al viento, que, a modo de obús, lo dirige y domestica, para favorecer que fluya por su piel y minimizar así las cargas dinámicas; hecho que permite optimizar el esqueleto estructural del edificio y obtener diferencias de presión superficiales que favorecen la ventilación natural. A través de la perforación de la piel del edificio se crean en su interior patios ajardinados que mejoran la calidad del aire e incrementan la captación de luz natural. Su innovadora estructura portante —diseño de Arup— está formada por una gigantesca malla triangular de acero de gran rigidez que, unida al vidrio de doble capa, conforma la icónica y reconocible imagen del edificio.
También Renzo Piano ha contribuido en este siglo XXI a modificar el skyline de Londres con otra emblemática torre, el Shard, cuya estructura de acero fue diseñada por WSP, la misma ingeniería estructural de la Freedom Tower. Inaugurada en el año 2012, y con 72 plantas, es la segunda más alta del Reino Unido. Fue concebida como una gigantesca escultura con forma de aguja, en recuerdo a las cubiertas de las iglesias históricas. El edificio cuenta con una planta de cogeneración que usa gas natural. El combustible se convierte en electricidad y recupera el calor, de manera eficiente, para su uso en agua caliente. Las orillas del Támesis poseen así un nuevo y colosal hito del siglo XXI.
Pocos años después, en 2017, Renzo Piano inauguró en Santander su primera obra en España, el Centro Cultural Botín: un edificio de privilegiada ubicación que ha recuperado para la ciudad su añorada e histórica apertura al mar desde el muelle. Se trata de una arquitectura con armazón estructural de acero, que vuela sobre el mar y está vestida con una piel de vidrio y con 280.000 brillantes burbujas de piezas cerámicas nacaradas. Este sosegado lenguaje concilia —en un mismo espejo— la historia y la evolución innovadora del lugar.
La arquitectura genera nuevos lenguajes aleados con el acero en sus revestimientos de piel, que pueden colaborar en la optimización de su comportamiento energético. Este material, que no cesa de mutar, cuenta con una amplia gama de tipos —entre ellos los ya tradicionales acero cortén y acero inoxidable—, así como con la posibilidad inherente de poderse hilar, como el oro, en finas fibras, o la de ser fabricado en finas planchas susceptibles de ser plegadas, serigrafiadas o perforadas.
Es de esperar que la arquitectura continúe atesorando en su historia nuevas mutaciones aleadas con el acero, dentro o fuera de su piel, pero siempre teñidas del color de la racional innovación que la sociedad demande en cada momento.
Pepa Cassinello es profesora en el Departamento de Construcción y Tecnología Arquitectónicas de la ETSAM-UPM.