El empleo de delgadas láminas de metales maleables para resolver la problemática de la estanqueidad de la cubierta es una práctica con siglos de arraigo en la construcción occidental, especialmente en los países más lluviosos. Gracias a la facilidad que presentan estos materiales para ser doblados y plegados, la tradición constructiva ha desarrollado, a lo largo del tiempo, complejas y eficaces juntas basadas en la geometría y el solape de las distintas hojas entre sí. Esto proporciona una protección frente a la filtración de agua muy superior a la que ofrecen las coberturas tradicionales de pequeñas piezas solapadas, como tejas, lajas de pizarra o escamas de madera.
El empleo del zinc con esta finalidad es, sin embargo, relativamente nuevo si lo comparamos con otros metales. A pesar de que en las épocas más recientes es, probablemente, el metal que más puede identificarse con esta técnica constructiva, su empleo como material de revestimiento no comienza hasta hace apenas doscientos años. Hasta entonces los materiales más comúnmente empleados con esta finalidad eran el cobre y, fundamentalmente, el plomo, que comparte con el zinc el color grisáceo y su característica pátina mate, prácticamente homogénea...