Mallas de metal y tejidos de transparencia

Sebastian Redecke 
30/11/2008


Parece obvio situar en la preocupación por la materialidad el punto de partida de la arquitectura de Dominique Perrault. El arquitecto posee claras predilecciones: los materiales que emplea se pueden reducir al metal, en toda su amplia gama de posibilidades y, por supuesto, el vidrio. Es ésta una combinación que, en principio, no encierra ninguna particularidad, y que desde Mies van der Rohe se ha asociado a una idea de elegancia perfecta y fría. También en el caso de Perrault. El hormigón visto y la madera poseen en su obra sólo una importancia secundaria. El ladrillo le es totalmente desconocido. Y sin embargo, se podría afirmar que su arquitectura encierra siempre un nuevo experimento compositivo; un mecanismo capaz de incitar al espectador a sumergirse en cada uno de sus proyectos, no sólo para entender su construcción y su función, sino también para aprehender el mensaje que transmiten.

En los últimos veinte años Perrault ha desarrollado, tanto en sus obras construidas como en sus proyectos, un elaborado sistema de composición de las pieles, que ha originado un juego entre el primer plano y el fondo, entre el interior y el exterior. El carácter específico de este sistema puede provocar cierta sorpresa en el espectador, ya que no parece atenerse al esquema tradicional del entorno construido. Nos referimos a la compleja variedad de texturas. A Perrault no le interesa realizar arquitectura en su sentido tradicional y estricto, sino más bien crear lugares, espacios que se integran en entidades mayores dentro del tejido urbano, pero que a su vez se afirman a través del gesto autárquico de su propio lenguaje. La ciudad se define a través de estos lugares simbólicos, es decir, de aquellos espacios que además de responder a una función poseen, desde la perspectiva del arquitecto, un significado que los convierte en símbolos del presente y del futuro. La idea directriz de sus proyectos la constituye el paisaje, en el sentido amplio de la palabra. Cómo se formaliza este paisaje se podría discutir dilatadamente, ya que las reflexiones del arquitecto sobre este tema dan pie a un amplio abanico de interpretaciones. En primer término, el tema lo constituyen sus propias impresiones, la búsqueda de una gran idea materializada en una forma sencilla y concisa. Esa idea, en su expresión concreta, puede discutirse o provocar una cierta incomprensión; será, sin embargo, siempre clara y enraizada en el lugar. Los límites de lo construido tienen para el observador un valor abstracto del que el arquitecto es perfectamente consciente, retándonos a establecer un diálogo con sus propios conceptos. Los aspectos innovadores o sorprendentes de su lenguaje arquitectónico se imponen así una y otra vez a cada uno de sus clientes. Perrault está obligado a persuadir.


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