Fingimos poder representar la variedad del mundo, pero la multitud plural de las arquitecturas de este fin de siglo se nos escurre como agua entre los dedos. Ensayamos taxonomías, vínculos y adjetivos, que al momento se desvanecen en el estrépito mudable de un panorama borroso. Enfrentados a este rostro de humo, describimos sus rasgos con el escepticismo cauteloso del que se aplica a descubrir figuras en un cielo de nubes, desdibujadas apenas se identifican sus perfiles. En este empeño esforzado, utilizamos el término paradigma con el aplomo categórico de Kuhn, y probablemente deberíamos emplearlo en el sentido más débil de ejemplo circunstancial.
Más bien ejemplos diversos que obras ejemplares, las arquitecturas que ilustran el argumento de Rafael Moneo pueden adscribirse a simpatías o corrientes, pero su ubicación más cabal es la biografía de sus autores: en un mundo que prima lo individual sobre lo colectivo, las firmas singulares han sustituido a los movimientos y a las escuelas. La propia obra de Moneo en los noventa puede proponerse como una pedagogía de la compacidad; sin embargo, se entiende mejor como una exploración personal de la descomposición del prisma en planta y en sección que acaso deba remontarse hasta su banco en Jaén. También cabe localizar Eberswalde en el marco del minimalismo epitelial de los suizos alemanes; pero se comprende con mayor precisión en el marco de la trayectoria de Herzog y De Meuron, empeñada en la inserción de la arquitectura en el ámbito simultáneo del arte y la vida cotidiana. ¿Y qué decir de Serralves? Ada Louise Huxtable agrupó extravagantemente a Siza con Gehry y Portzamparc para formar la santa trinidad de ‘la nueva arquitectura’; no obstante, a nadie se le escapa que el lenguaje fragmentado y lírico del portugués responde hasta el paroxismo a una sensibilidad subjetiva. Zaha Hadid, por último, ha construido en Weil am Rhein edificios que podrían adscribirse a la cofradía cosmopolita de la deconstrucción; y, sin embargo, es difícil negar que sus formas inestables y veloces provienen de una poética personal que cristalizó en la redoma experimental de la Architectural Association londinense.
Resulta tranquilizador trazar un bosquejo que sitúe en las topografías alabeadas de los holandeses y en las geometrías matéricas de los suizos los dos polos ‘informes’ del debate contemporáneo: un contraste entre el desorden emotivo y el orden intelectual para el que se ha acuñado la expresión blobs and boxes. Bultos y cajas que con frecuencia intercambian sus papeles, construyéndose los bultos aleatorios como artificios mentales, mientras las cajas rigurosas adquieren una inesperada violencia emocional. Pero razón y pasión son posiblemente términos tan inadecuados como bultos y cajas para dar cuenta de un paisaje efectivamente fracturado e informe, y donde la camaradería coral de los movimientos ha sido reemplazada por la singularidad individual de los solistas.