A los 22 años, tras acabar la carrera en el Politécnico de Milán, Giuseppe Terragni (1904-1943) se unió a un pequeño grupo de jóvenes arquitectos y firmó tres artículos tipo manifiesto. Había nacido el Grupo 7, que en 1929 alzaría el vuelo con una exposición en Roma (MIAR: movimiento italiano de architettura razionale). En 1932, para la conmemoración del décimo aniversario de la revolución fascista, Terragni montó una vertiginosa instalación de propaganda política, caracterizada por un fuerte dinamismo de corte casi constructivista. Su participación en la Decennale marcó un momento estelar en su carrera de niño prodigio de la arquitectura, así como un punto de inflexión en su pensamiento. Aupados por la corriente modernizadora que inicialmente alimentó el régimen mussoliniano, los ‘arquitectos racionalistas’ apostaron por un horizonte europeo, más allá de un destino nacional. Al leer los artículos-manifiesto, sorprende comprobar que aquellos jóvenes italianos se medían con referentes europeos. Soñaban con un futuro para Italia que dejaba corta la retórica de los futuristas. Sus maestros procedían del otro lado de los Alpes: artistas como Picasso, Cocteau, Stravinski o Le Corbusier (aunque este último no había obtenido aún la nacionalidad francesa) eran los guías de estos jóvenes arquitectos, quienes consideraban que la Weissen-hofsiedlung de Stuttgart y los congresos de los CIAM eran las metas a alcanzar por la modernidad europea. En una fecha tan tardía como 1943, Giuseppe Pagano, director de Casabella, defendía que la verdadera ambición de los arquitectos modernos italianos era conseguir una cultura europea supranacional (piano supranazionale di cultura europea). El ideal de Pagano murió con él en el campo de concentración de Mauthausen, poco después de que el ideal de Terragni y él mismo quedasen devastados por los dos inviernos pasados en el frente ruso y su repatriación a Como, donde murió días antes del armisticio italiano... [+]


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