Con Mélnikov en París, 1925, Ginés Garrido cierra, de momento, un ciclo exquisito sobre la arquitectura de Konstantín Mélnikov que se inició en 2001 con una exposición celebrada en la sala La Arquería de Nuevos Ministerios de Madrid, de la que fue comisario y editor del catálogo, y termina diez años después con la publicación de su tesis, leída en 2005.
Sin embargo, aunque el personaje central de la tesis es Mélnikov y, más precisamente, sus trabajos en París —el Pabellón Soviético en la Exposición de las Artes Decorativas de 1925, el conjunto de los quioscos del Gostorg y las dos propuestas antitéticas de un garaje para mil automóviles—, el texto irradia mucho más allá. No sólo se extiende a toda la obra de Mélnikov, sino que la ambición por conocer en profundidad al arquitecto ruso, lleva a Ginés Garrido a reconstruir el entramado completo de datos y referencias que fueron determinantes en el universo Mélnikov. Para entenderle, del mismo modo que un estudiante de medicina necesita aprender a diseccionar el cuerpo humano, Ginés Garrido se ha visto obligado a desmontar totalmente el complejo armazón literario que se ha ido construyendo entre los biógrafos del ruso, que en general lo han mitificado. Después, una vez con todos —es decir, todos— los datos encima de la mesa, empieza la tarea de interpretarlos, y ese esfuerzo enorme lo va ejerciendo Ginés Garrido en cada uno de los episodios narrativos de su trabajo.
Por el camino, que empezó con la edición en 1997 del material gráfico del Pabellón Rojo en la revista BAU, Ginés Garrido ha publicado distintos materiales que constituyen el soporte esencial que da consistencia a su tesis. En 2004, junto con Francisco Burgos, montó una exposición sobre el Wolkenbügel de El Lissitzky y publicó un libro sobre la propuesta de ese modelo de rascacielos horizontal o ‘estriba-nubes’, también de 1925, que le permitió establecer una exquisita analogía con la variante, que él llama de ‘los Atlantes’, del garaje para mil automóviles de Mélnikov, por su condición de infraestructura, su carácter de sistema repetible, su desafío gravitatorio y su voluntad de articular el paisaje urbano.
En 2007 publicó los escritos de Gínzburg, ideólogo de la OSA (Sociedad de Arquitectos Contemporáneos), la organización más comprometida con la causa revolucionaria. En ellos se encuentran muchas de las razones que permiten entender el progresivo aislamiento intelectual de Mélnikov, debido tanto a su escaso compromiso político como a su obstinación, de algún modo, ensimismadamente antimoderna.
Dos años después, en 2009, el autor edita los textos que acompañan al documental de Rax Rinnekangas sobre la casa propia de Mélnikov. Esta vivienda es el primer experimento concluido de una serie que, según Ginés Garrido, comienza con los cilindros virtuales de la variante de ‘los Ochos’ del garaje de París, y que continúa después con la propuesta para el club Zuev y con otras muchas agrupaciones cilíndricas. Fue en su casa donde Mélnikov, probablemente, también materializó por primera vez de forma brillante lo que nunca quiso reconocer: el crecimiento vertical del espacio como consecuencia del uso, algo que quizá aprendió del Pabellón de L’Esprit Nouveau, donde Le Corbusier lo había ensayado en una célula de su Inmueble-Villa.
En ese mismo año 2009 editó la correspondencia que Alexander Ródchenko, que trabajó en las distintas muestras de la Delegación Soviética para la Exposición de París, envió a Várvara Stepánova desde la capital francesa durante 1925. Ginés Garrido ha encontrado en estas cartas algunas de las claves de los encuentros y desencuentros entre Mélnikov y Ródchenko, permitiéndole asimismo desmentir y precisar la colaboración entre ellos en cuestiones como las razones cromáticas del Pabellón, mostrar las dificultades para cumplir el calendario previsto para su inauguración, o describir la personalidad egocéntrica de Mélnikov.
La publicación Mélnikov en París, 1925, es un libro de libros. El placer enorme de la lectura atenta de un texto tan preciso permite descubrir, de forma casi fractal, cómo y por qué contiene muchos otros libros. Uno de ellos parece estar dedicado a la ingravidez o el esfuerzo por trabajar evitando la gravedad. Otro se ocupa del collage como técnica de ensamblaje arquitectónico. Un tercero investiga por qué la ciudad no es una simple plataforma en la que se depositan objetos, sino que tiene sección, extendiéndose por abajo y por arriba. Este mismo libro arranca con la calle transformada en escalera del Pabellón de París, que engulle a los paseantes teñidos de luz roja para transformarlos en actores de una escenografía soviética, y continúa con la desfibrilación aérea de la calle en múltiples carriles para automóviles, con el permiso y la ayuda de El Lissitzky y su Wolkenbügel, que conectarían el ferrocarril subterráneo con la ciudad, sin olvidar que años después Le Corbusier recordaría a Mélnikov en el Carpenter Center de Harvard con su rampa cruzada. Pero quizá el libro mayor sea acaso el dedicado a la génesis geométrica de la arquitectura de Mélnikov, desde el trabajo con la diagonalización del paralelepípedo en todas sus variantes, de las que el Pabellón Rojo supondría el punto más exquisito, hasta la familia de los cilindros, que nace con el garaje de ‘los Ochos’ de París, pasando por un leve guiño a la diagonal del cuadrado perfecto.
Fruto de esta labor, la relación que Ginés Garrido ha establecido con Mélnikov tiene un carácter casi adoptivo. Cada vez le conoce más, le quiere más, pero también le exige más: la naturaleza experimental de su trabajo ya no es suficiente para justificarlo. Ginés Garrido trata de entender las razones de la ‘artisticidad individualista’ de Mélnikov que, fijándose en la experimentación plástica iniciada previamente por Tatlin y Malevich, aprovecha las condiciones revolucionarias para llevar al límite la técnica, la función y la misión al servicio de la causa soviética como datos a explorar formalmente. Por ello, le exige a Mélnikov mayor compromiso con la técnica, que el arquitecto ruso reduce a un argumento formal, y con su tiempo, pero Mélnikov se agarra a la historia y responde desafiante «clamando la individualidad del artista que no se somete a las condiciones colectivistas del sistema soviético» cuando escribe en el frontispicio de su casa: Konstantín Mélnikov Arquitecto.