Arde enero, y sus fuegos fríos iluminan paisajes neblinosos. En la coyuntura febril que ensambla los dos años, la piel de toro se transforma en una piel de zapa, y el balance acaba por enredarse con el pronóstico: contemplamos las imágenes dispersas que nos lega el implacable naufragio del tiempo como si fuesen posos de café o vísceras de aves, pero el futuro no parece por ello menos inexpugnable. Los restos del día se acumulan en la mesa de montaje, mostrando a la vez la extensión oceánica de la tecnópolis y el testarudo relieve de las culturas locales. El fragor confuso del conflicto parece demandar un desenlace; sin embargo, la encrucijada de enero es una sibila muda…[+]