André Wogenscky (1916-2004) trabajó durante veinte años en el estudio de Le Corbusier, del que llegaría a responsabilizarse tras la marcha de Pierre Jeanneret después de la guerra. Al dejar en 1956 la Rue de Sèvres, Wogenscky se mantuvo en contacto con el mundo del maestro hasta presidir su fundación. En el centenario del arquitecto suizo en 1987, publicó unas memorias que ahora se traducen al inglés.

Wogenscky toma como hilo conductor de sus recuerdos las manos de su jefe, que evolucionaban expresivas ante los colaboradores mientras corregían los croquis de cada proyecto. El libro se estructura en cincuenta temas (peso, amargura, vacío, piel, utopía, tocar, coger, etcétera), tratados independientemente e ilustrados con manos dibujadas por Le Corbusier. Cada reflexión se apoya en citas de textos bien conocidos, que se mezclan con sabrosos recuerdos como el de la noche pasada por Le Corbusier, su hermano Albert y la nonagenaria madre de ambos en un apartamento de la Unité de Marsella, o el de su antiguo maestro Perret, que después de visitar la Unité diría: «Es bueno, es bueno. Después de todo, sólo hay dos arquitectos. El otro es Le Corbusier».

Pero el libro no sólo transmite experiencias. Contiene también algunas reflexiones, quizás intuitivas, sobre lo aprendido en el taller. Al hablar del espacio se insiste en que Le Corbusier lo concebía al modo cartesiano, como un contenedor isótropo, frente a la relatividad que lo deforma en función del tiempo. Es muy ilustrativa la importancia dada al ángulo recto como fundamento de la acción del hombre sobre la tierra y que en su obra hace la planta intercambiable con la sección. Igualmente puede tener trascendencia teórica lo dicho sobre el vacío y el espacio indecible.

La Main ouverte de Chandigarh constituye un buen resumen del legado de Le Corbusier: un gesto corporal pero también arquitectónico con el que el hombre expresa su intervención en el mundo.