Con el convencimiento de que lo más memorable de un puerto es su actividad y no tanto su forma, la superficie portuaria se configura como un lugar visible, fácil de comprender y de usar, donde el agua, los barcos y el bullicio aparecen como los principales protagonistas. La intervención, que comprende los edificios comerciales de la zona norte, la urbanización de toda la superficie portuaria (siete hectáreas de pavimentación, mobiliario urbano, pasarela peatonal, torre de iluminación, etcétera) y los paseos superiores de circunvalación —incluidas las estructuras efímeras destinadas a albergar actividades del Fórum—, busca perspectivas y espacios visuales sencillos y amplios, definidos mediante líneas claras y mórbidas tanto en planta como en alzado.

Se plantean unos edificios sin fachada, que surgen de la manipulación tectónica del terreno, como si se tratara de un gigantesco pliegue bajo el cual se esconde y ordena la actividad comercial. Solamente el borde sobresale como un voladizo de hormigón que, por su dimensión y audacia, parece no tener peso propio. Algunas piezas escapan a esta situación, se desplazan hacia el agua y cobran forma y volumen propios, transformándose en cuerpos flotantes a modo de embarcaciones encalladas en el muelle. Los locales se proyectan como contenedores expectantes, espacios neutros preparados para dar cabida a programas muy diversos. Esta flexibilidad y capacidad de mutación también se refleja en el mobiliario urbano; en lugar de crear un elemento para cada uso, se diseña una familia de objetos capaces de cumplir distintas funciones, algunas incluso todavía por descubrir.

El mismo imperativo de versatilidad lleva a la elección de unos pocos materiales —el hormigón, el asfalto y el acero cortén son los dominantes—y a la repetición de elementos, como los pilares que sostienen el voladizo y acompañan con su ritmo al paseante, o las pérgolas situadas en el nivel superior, las cuales se han diseñado como una vibrante sucesión de pórticos con distinto grado de inclinación... [+]