México fue uno de los primeros cinco países en anunciar su participación en la Expo 2000 de Hannover, y también el primero de los latinoamericanos en comenzar las obras. Su contribución a este evento debía ser inconfundiblemente mexicana, pero sin caer en lo kitsch. En vez de reproducir los viejos clichés asociados a la tradición vernácula, se prefirió reinterpretar ésta y proponer un pabellón moderno que pudiera ser reflejo de la actual arquitectura del país.

Situado en el área oeste del recinto ferial y próximo a los edificios de Colombia y Uruguay y a la Plaza Latinoamericana, los cinco volúmenes del pabellón responden al guión de la exposición que se despliega en su interior. Estas cinco partes se han conectado entre sí creando espacios de tránsito que aportan riqueza espacial al conjunto, y los cuerpos se agrupan de forma que delimitan distintos patios donde se representa la variedad de los ecosistemas mexicanos: el mar, el desierto y la selva. La puesta en escena se decanta por la abstracción frente a la figuración, utilizando elementos identificadores del contenido pero acomodándolos a una intención plástica y artística con el objetivo de reflejar la fusión de culturas y etnias del México contemporáneo. La rampa de acceso y el zócalo de la planta baja son de piedra oscura para reforzar la percepción de la escala del edificio y dotarlo de cierta monumentalidad. El resto de materiales empleados son ligeros —armadura metálica y vidrio translúcido—para reflejar el carácter temporal del acontecimiento, pero en modo alguno minimizan la presencia del pabellón. El movimiento de los paneles de fachada permite que lo construido interactúe con la exposición o con los espectáculos —algunos de los cuales reproducen juegos y rituales precolombinos—, y los intensos colores que revisten el edificio crean espectaculares juegos de luz y sombra. Tras la clausura de esta feria arquitectónica, el pabellón volverá a montarse en Brunswick como ampliación de la biblioteca de la escuela universitaria de arte…[+]