Tortosa es una pequeña ciudad con un gran pasado en la que la historia ha ido construyendo una trama densa, desplegada a ambas orillas del río Ebro, que pocos kilómetros aguas abajo desemboca en el mar. En la margen derecha del río se encuentra el barrio de Ferreries —uno de los más céntricos y populosos de la localidad— que hasta hace algunos años fue servido por un pequeño mercado, de construcción humilde, erigido en los años 1960, en pleno desarrollismo, como una de las dotaciones con que el franquismo pretendió compensar a Tortosa por los destrozos producidos durante la guerra.

En este contexto, la intervención parte de la necesidad de rehabilitar el antiguo mercado, ampliándolo además para atender a los nuevos usos que la funcionalidad del edificio como centro cívico requiere. La ubicación de la pieza, abierta a una pequeña plaza que tradicionalmente ha funcionado como espacio de expansión del barrio, permite asimismo entender la propuesta como una operación de cosido o acupuntura urbana capaz de aprovechar el reclamo de las nuevas dotaciones para activar esta parte de la ciudad a través del colchón formado por el espacio público y el despliegue de actividades sociales que se darán en él.

El volumen con el que se ha ampliado el mercado forma una pieza escueta, que se tiende a modo de puente entre la plaza y el antiguo edificio, completando además el perfil de los alzados del conjunto. Un nuevo acceso permite llegar directamente al edificio desde la plaza, una vez que las diferencias de cota se han resuelto mediante una suave topografía, volcándose de este modo el interior del antiguo mercado al exterior del espacio público, concebido como una continuación de aquél.

Constructiva y formalmente, la relación entre el mercado y la ampliación se funda, a la vez, en la continuidad y en el contraste: continuidad porque ambos volúmenes siguen las mismas líneas de composición horizontal —cornisas y zócalo— y contraste entre el interior de la nave blanco y cálido, y la nueva fachada oscura, hermética, vibrante.