Esta casa responde al clima de Puerto Vallarta, en la costa del Pacífico mexicano, donde el sol y la humedad dominan los días y la sombra se convierte en un bien preciado: un refugio. Desde el inicio, la idea fue que la vivienda, construida en hormigón, encarnara esa necesidad de amparo, recogimiento y frescura. Aquí, la sombra no se entendió solo como un fenómeno físico, sino como una condición emocional: una promesa de calma, una protección silenciosa frente al bullicio del mundo.

En un barrio sin grandes vistas —salvo por una plaza arbolada— la arquitectura se orienta hacia la frescura interior, evitando el uso de amplias superficies acristaladas que pudieran intensificar el calor. La estética del vacío y la limpieza compositiva definen el lenguaje del proyecto.

La planta baja alberga las habitaciones, el garaje y el área de servicios. Sobre esta base, se suspende una caja ligera de doble altura que contiene las zonas comunes. Patios elevados funcionan como terrazas para la contemplación, mientras que las habitaciones se organizan en torno a un patio central, en busca de silencio y ventilación natural.

Un muro curvo señala un umbral acogedor, y un árbol da la bienvenida como si se tratara de un arreglo floral. La casa no se abre hacia el vecindario: busca el recogimiento. Casa Tao se retira con discreción y ofrece sus espacios como atmósferas de contemplación. Su arquitectura persigue deliberadamente la sombra, tanto como refugio físico como expresión poética.