Museo Louvre, Abu Dabi
Sombra de arabescos

Museo Louvre, Abu Dabi

Sombra de arabescos


Oliver Wainwright

Flotando sobre la costa arenosa de la isla de Saadiyat como si fuera un colador vuelto hacia arriba y arrojado a la playa, la cúpula metálica del nuevo Louvre Abu Dabi no muestra mucho hacia el exterior. Bajo la gran cúpula, un racimo de bloques blancos, esparcidos como si fueran terrones de azúcar, forma pequeñas calles y plazas que se asemejan a las de un poblado en el desierto. Sin embargo, comparado con las ostentosas torres de vidrio espejado que definen el frente marítimo de la ciudad, este palacio para la cultura, de coste desmesurado, resulta casi modesto.

«Quería crear un barrio para el arte, en lugar de un edificio», declara Jean Nouvel, el arquitecto a quien se debe el nuevo Louvre -el primero fuera de Francia-, cuyas puertas se abrieron al público el 11 de noviembre y que usa el nombre de la venerable institución parisina merced a un contrato por treinta años, con un coste de casi 760 millones de euros.

«El edificio se ha concebido como una especie de cruce entre una medina arábiga y un ágora griega, un lugar para reunirse y hablar sobre el arte y la vida en un contexto de completa calma». De pie bajo la gran cúpula cósmica, con los rayos de luz que atraviesan sus capas de celosía con forma de estrella, moteando de sombras y luces las fachadas de hormigón blanco de los cubos interiores, te sientes transportado a otra dimensión.

Las láminas de agua que fluyen bajo el dosel son reflectantes, enfrían el aire y, al esparcir la onda luminosa, refuerzan la acción de la luz en el espacio. A los arquitectos les gusta decir que pintan con la luz: en este edificio la idea resulta verosímil. El efecto resulta fascinante.

Dentro del edificio, obras de Jackson Pollock y Mark Rothko cuelgan muy cerca de otras de Henri Matisse y Vincent van Gogh. Destacan en la colección una esfinge griega del siglo VI a.C., el Retrato de una mujer desconocida de Leonardo da Vinci, y una recreación de la Torre de Tatlin hecha con incrustaciones de cristal, a cargo de Ai Weiwei, que podría haberse arrancado del techo de un palacio emiratí.

El prestigio de la cultura

El Louvre Abu Dabi es el primer edificio que se ha completado en el marco de un ya muy retrasado proyecto urbanístico de mayor alcance, presupuestado en 18.000 millones de dólares y cuyo objetivo es construir una lujosa isla destinada al arte y la cultura; un proyecto que fue planteado en los mareantes días que antecedieron a la crisis financiera mundial, hace ya una década.

Se concibió como un destino de prestigio, pensado para atraer a visitantes con nivel cultural, en el contexto de una continua competencia con el vecino más glamuroso de Abu Dabi, Dubái. Junto a las hectáreas destinadas a villas de lujo y campos de golf (que fue lo primero que se construyó), se proyectó un desmedido nuevo Museo Guggenheim a cargo de Frank Gehry, siete veces más grande que el neoyorquino, y diseñado como una alocada pila de conos.

El programa se distribuye en 55 pabellones del tamaño de una habitación, dispuestos sobre láminas de agua y construidos con hormigón blanco; sobre ellos se tiende la cúpula, cuya poderosa imagen exterior define el museo.

Este edificio se uniría al Museo Nacional Sheikh Zayed, diseñado por Norman Foster con la forma de un ala de halcón en honor al pasatiempo favorito del jeque, y también a un Museo Marítimo a cargo de Tadao Ando -una suerte de bóveda angulosa que emerge del mar- y a un Centro de Artes Escénicas diseñado por Zaha Hadid cuya forma evoca una maraña de ectoplasmas retorciéndose. Ninguno de estos edificios ha comenzado aún a construirse.

«El hecho de que los edificios proyectados por oficinas internacionales aterricen sobre un lugar sin atender a las raíces puede resultar catastrófico», afirma Nouvel, cuyo proyecto es el más refinado de los que darán forma a este sobrecargado zoológico de arquitectura que será la isla de Saadiyat. Sabía que sus ostentosos vecinos se elevarían más de ochenta metros, así que decidió agacharse y optar por un lenguaje más suave: su cúpula flota a menos de treinta metros sobre la orilla.

«Debemos ser siempre sensibles y contextuales, incluso cuando no haya un contexto aparente», agrega el arquitecto francés, al describir su búsqueda del pedazo de arena que se convertiría en el solar, la primera vez que sobrevoló la isla en helicóptero, mucho antes de que se hubiera construido el puente que hoy la une al continente.

Medina para el arte

El punto de partida, la idea de una medina amplia y flexible, fue una respuesta astuta para hacer frente a la vaguedad de los requerimientos de la propiedad. «Un museo clásico de la civilización» fue lo que pidió el jeque en 2006, antes de que el Louvre se convirtiera en el socio capaz de llenar de contenidos los espacios del museo. Sin embargo, el recurso a la flexibilidad ha conseguido crear un lugar que se experimenta como un museo histórico y que parece haber ido creciendo a lo largo del tiempo, como si se hubiera hecho cargo de espacios preexistentes que hubieran tenido que adaptarse y actualizarse.

Compuesto por 55 pabellones del tamaño de una habitación y distribuidos en un revoltijo cuidadosamente organizado, el edificio no posee dos espacios expositivos iguales. La altura de los techos varía desde la escala íntima hasta la pública; los materiales van desde el bronce oscuro hasta el mármol plateado; en tanto que las atmósferas oscilan entre lo sepulcral y lo muy luminoso, dependiendo de si lo que se expone son coranes o Mondrians.

La misma sensación de aleatoriedad está presente en el exterior del museo, ya en el mar, donde filas de postes azarosamente colocados emergen del agua como si fueran las ruinas de un edificio preexistente o los cimientos de un edificio por venir. Pero estos postes sirven para que -con cierto toque a lo James Bond- los visitantes VIP puedan llegar en barco al museo, deslizándose por el agua hasta atracar bajo la brillante cúpula.

La gran cúpula, de 180 metros de diámetro, está compuesta por ocho capas de celosías que filtran la luz generando efectos variables, y se apoya sólo en cuatro puntos escondidos en los pabellones expositivos. 

Hay un punto de estilo 'jeque chic' en todo y, en algunos sitios, uno tiene la impresión de que había demasiado dinero que gastar. Nouvel tuvo el raro lujo de poder diseñar todo lo que alcanzan a ver los ojos del visitante, de los muebles de cuero a los apliques de iluminación, y algunos de los acabados escogidos delatan su inclinación por los acentos brillantes.

La luz se filtra hasta las salas expositivas atravesando un techo de paneles de vidrio moldeados con 17 patrones distintos; cada habitación dispone de su propia 'alfombra de piedra' extraída de una parte exótica diferente del mundo y en la cual se han incrustado bordes de bronce. Son soluciones que casi rozan lo hortera, pero que, comparadas con la ostentación del petrodólar que es común en la región, resultan ser un modelo de moderación. En un momento surrealista, parece incluso que el arquitecto se hubiera entregado al Art Déco, hasta que uno se da cuenta de que ha entrado en el apartamento de los años 1920 del magnate lord Rothermere, transportado al museo desde los Campos Elíseos.

Las paradojas del artefacto

En cuanto parte de «un museo universal para el siglo XXI», las salas expositivas conducen a los visitantes a lo largo de un viaje global con doce jalones ordenados cronológicamente, desde la prehistoria hasta hoy: una organización radical cuyo propósito es desvelar los lazos comunes entre culturas y regiones distintas a lo largo del tiempo.

«Es la primera vez que podemos deconstruir la clasificación en departamentos típica de los museos, y que disponemos de un medio que nos permite reflexionar sobre los diálogos inesperados que se producen entre los objetos expuestos», declara en este sentido Jean-François Charnier, director científico de la Agencia France-Museums, la organización encargada de coordinar los trescientos préstamos procedentes de trece museos franceses, que irán disminuyendo con el tiempo, a medida que el Louvre Abu Dabi vaya creando su propia colección.

El revestimiento de la cúpula consiste en 7.850 estrellas de aluminio de diferentes tamaños, dispuestas en cuatro capas interiores y otras tantas exteriores; en estas últimas, las piezas quedan recubiertas de acero. 

Esta alianza resulta adecuada en la medida en que Abu Dabi es tan antigua como el propio Louvre -los beduinos Bani Yas se establecieron allí en 1790, el mismo año en que el museo abrió sus puertas en París-, pero esto no quita para que siga habiendo una corriente oculta que produce la sensación de que las cosas en los Emiratos no han cambiado desde entonces. Mientras que el edificio se abre a la prensa, afuera los trabajadores del sur de Asia continúan dando los últimos toques al edificio bajo el abrasador sol del mediodía: un recordatorio de la polémica sobre sus condiciones de trabajo, que ha perseguido al proyecto desde el principio. En 2015, Human Rights Watch reveló que, a pesar de que se hubiera construido para ellos un impecable poblado, muchos trabajadores seguían estando sometidos a unas condiciones próximas a la servidumbre, obligados a trabajar durante meses sin remuneración hasta que hubieran pagado los gastos derivados de su contratación ilegal, y sujetos a la detención sumaria y a la deportación si osaban quejarse.

«Ver la humanidad bajo una nueva luz»: tal se anuncia en las carteleras que conducen al nuevo Louvre, y esto es exactamente lo que este proyecto te obliga a hacer. Al igual que muchos de los valiosos objetos que se exponen, encargados por déspotas y dictadores a lo largo de los siglos, el modo en que este edificio se ha construido es también parte de la historia: la cara problemática de este espectacular artefacto cultural de nuestro tiempo.

Oliver Wainwright es crítico de arquitectura del diario británico The Guardian, donde este texto se publicó por primera vez.


Obra Work
Museo Louvre Abu Dabi, Emiratos Árabes Unidos Louvre Museum Abu Dhabi, United Arab Emirates.

Arquitectos Architects
Ateliers Jean Nouvel

Fotos Photos
Fatima Al Shamsi, Abu Dhabi Tourism & Culture Authority, Mohamed Somji, Roland Halbe, Danica O. Kus