El sesquicentenario de Frank Lloyd Wright (1867-1959) se ha celebrado con una exposición en el MoMA y un libro sobre las más de cien exposiciones de su obra realizadas en vida del arquitecto. La muestra neoyorquina, clausurada en octubre, fue organizada por el profesor de Columbia Barry Bergdoll (que fue conservador jefe de arquitectura en el museo entre 2007 y 2013) y la ayudante de investigación Jennifer Gray, también responsables del catálogo, que reúne doce textos sobre doce proyectos poco conocidos del maestro. La obra sobre las exposiciones, supervisadas en casi todos los casos por el propio Wright, vincula estas con los textos y la correspondencia inédita del arquitecto para componer una genuina biografía, redactada por la historiadora de la arquitectura Kathryn Smith.
Aunque el MoMA famosamente menospreció a Wright en la muestra del International Style en 1932, compensó al maestro exponiéndolo junto al totémico cineasta Griffith en 1940, y realizó en 1994, 35 años después de su muerte, la mejor retrospectiva de su obra (reseñada en El País el 19/2/94 con un texto que se reproduciría en AV 51-52, y que sería la base de nuestra monografía AV 54). Las exposiciones inmediatamente posteriores, del CCA en 1996 y del Whitney en 1997, se ocupaban de aspectos particulares de la obra, y la del Guggenheim en 2009 no obtuvo el consenso crítico, acaso por su énfasis en la última etapa del arquitecto, sin embargo reivindicada también por el colosal volumen de Neil Levine sobre el urbanismo de Wright, publicado en 1996 y reseñado en Arquitectura Viva 181.
La investigación de Levine, que escribe uno de los artículos en el catálogo del MoMA, se benefició, al igual que esta última muestra, del traslado y digitalización de los archivos del arquitecto, que han dejado la inaccesible sede de Taliesin West para recalar en Nueva York, en un esfuerzo conjunto de la Avery Library de Columbia y el propio museo, que no en vano subtitula la exposición ‘Unpacking the Archive’. Evitando la tentación de hacer una nueva retrospectiva, Bergdoll prefirió invitar a doce especialistas para que buscaran en el archivo otros tantos proyectos, preferiblemente inéditos, y esta es la base del catálogo, que nos aproxima a propuestas de interés social poco difundidas como la Rosewald School de 1928 y la Little Farms Unit de 1932-33, o bien a nuevas lecturas de proyectos canónicos como el Mile-High Illinois, que el propio comisario interpreta como el testamento intelectual y artístico de Wright.
Si el catálogo del MoMA, en su empeño por publicar material original, se dirige sobre todo a especialistas—la exposición tuvo que complementarse con dibujos de proyectos míticos, de Fallingwater a Johnson Wax, a fin de no defraudar al público general—, el libro de Kathryn Smith es una grata sorpresa, porque con el hilo conductor de las exposiciones ofrece una estimulante visión panorámica del arquitecto. Martin Filler ha escrito que «suministra un retrato de Wright más rico que el de muchos volúmenes biográficos», y es difícil estar en desacuerdo. La historiadora, que ha escrito ya varios libros sobre el maestro, desmenuza las diferentes y numerosísimas presentaciones públicas de sus proyectos para subrayar su compromiso con la vanguardia artística, la innovación técnica y el activismo social, frente a la visión convencional que juzga sus esfuerzos de comunicación como meras herramientas de promoción personal en busca de dinero, clientes y fama.
Tanto el libro como el catálogo prestan una atención especial a maquetas y dibujos —de hecho, el catálogo dedica sendos capítulos a ambos— y las dos publicaciones se esfuerzan en documentar la intervención de colaboradores en los proyectos, y muy especialmente en las imágenes con las que se han difundido. Wright era un dibujante excepcional, pero también se preocupó de contratar ayudantes muy dotados, y el estudio del archivo ha permitido identificar el trabajo de numerosos delineantes, desde la extraordinaria Marion Mahony o el muy competente Birch Burdette Long hasta Enrest Albert, Robert C. Spencer, Kamaki Tsuchiura, Heinrich Klomb, Takehiro Okami, Louis Rasmussen o Charles Corwin, una lista interminable que recuerda el carácter coral de la arquitectura, y la necesidad historiográfica de rescatar los nombres que el brillo cegador de los maestros desplazó a la oscuridad o a la penumbra.
