Si hay un maestro quintaesencialmente antiurbano, ese es Frank Lloyd Wright. Al fin y al cabo, su gran utopía urbanística es Broadacre, que publicó bajo el título The Disappearing City, y su ruralismo militante se ha asociado indistintamente al caballero agricultor de Jefferson, al retorno a la naturaleza de Emerson, o al pintoresquismo jardinero de Olmsted. Pero el historiador de Harvard Neil Levine se ha propuesto rectificar esta idea convencional con una obra monumental, producto de veinte años de trabajo, y la primera que se beneficia de la nueva fotografía digital de los dibujos de Wright, realizada tras la transferencia del archivo de Taliesin West a la Avery Library, donde ahora se conservan en un proyecto conjunto con el MoMA. Fue precisamente esta última institución la que realizó un primer balance de la obra wrightiana con su muestra de 1940, ejemplarmente revisada 35 años después de la desaparición del arquitecto con la importante exposición de 1994, más significativa que la dedicada por la Biblioteca del Congreso y el CCA en 1996 a las intervenciones paisajísticas de Wright durante el periodo 1922-32, y más cabal que la muy decepcionante muestra que albergó el Guggenheim en 2009. Levine había publicado su monografía de Wright en 1996, y contribuyó al catálogo del Guggenheim con un artículo, ‘Making Community Out of the Grid’, donde se adelantan los temas que trata exhaustivamente en The Urbanism of Frank Lloyd Wright: un título que, como señala, parece oximorónico, porque en efecto se propone una revisión radical de la obra de Wright a contrapelo del canon historiográfico, presentándolo como un arquitecto profundamente urbano; un libro, al fin, tan ambicioso en lo intelectual y tan minucioso en su erudición que merece convertirse en un hito crítico tan relevante como las exposiciones del MoMA en 1940 y 1994 lo fueron en su día.
La primera de sus tres partes se ocupa de ‘la nueva ciudad del tranvía’, y desarrolla lo ya apuntado en su artículo de 2009, donde se argumentaba la subordinación de las Prairie Houses al trazado regulador de la malla territorial del Medio Oeste como un emblema de igualitarismo democrático, y más específicamente la inserción de esas casas, cuya espacialidad insólita cambió la historia de la arquitectura, en esquemas urbanos de agrupación, y muy especialmente el mítico Quadruple Block Plan. La segunda parte se dedica a Broadacre, que puso la ciudad en cuestión en los albores de la era del automóvil, y que Levine juzga «más una anomalía que representativa» del pensamiento de Wright, explicando convincentemente su gestación en 1929 como una respuesta a las propuestas urbanas de Le Corbusier, frente a la visión convencional que la asocia al crash y a la subsiguiente Gran Depresión. La tercera y última parte, la más extensa, se ocupa del urbanismo bajo la hegemonía del automóvil, y describe cuatro proyectos de centros urbanos —el centro cívico de Madison en 1938, el complejo comercial y residencial de Washington en 1940, el centro cívico de Pittsburgh en 1947 y el centro cultural de Bagdad en 1957—, que presenta en diálogo con las preocupaciones de los CIAM por ‘el corazón de la ciudad’ o el debate sobre la nueva monumentalidad de Sigfried Giedion y Lewis Mumford, justificando su espectacularidad teatral en la necesidad de crear formas simbólicas que sirvan de escenario para los eventos colectivos, y vinculando al cabo su clasicismo retórico con la City Beautiful y los planes de Burham para Chicago, que habían formado parte de la historia profesional de Wright. Como la polémica exposición del Guggenheim en 2009, la obra de Levine reivindica el Wright operístico tardío, entre la ciencia ficción y las mil y una noches, y en su caso desde la reivindicación de su espíritu urbano: un logro colosal que abre inmensas avenidas a la discusión crítica.