La crisis de Ucrania pide luces largas. Esto es precisamente lo que hace Daniel Yergin en The New Map, un libro que lleva como subtítulo ‘Energy, Climate, and the Clash of Nations’, porque el enfrentamiento entre naciones se explica desde sus fundamentos energéticos y climáticos. El país que hoy ocupa las portadas del mundo recibe nada menos que diez entradas en el índice alfabético, y a través de ellas se desgrana su relación con los desafíos geopolíticos actuales, la estrategia rusa tras el colapso de la Unión Soviética, así como su aislamiento político tras la anexión de Crimea, y la forma en que todo ello se vincula con las exportaciones rusas de gas y la modificación del paisaje energético por la revolución del fracking en Estados Unidos. De hecho, la explotación del petróleo de esquisto a través de la fracturación hidráulica es el contenido de su primera parte, donde relata la transformación de Estados Unidos en un exportador neto de energía a través del transporte marítimo de LNG (liquefied natural gas), y el nuevo mapa geopolítico creado por esta técnica.
En secciones sucesivas, el nuevo mapa de Rusia, dibujado por el gran proyecto nacional de Putin que sostienen el petróleo y el gas; el nuevo mapa de China, basado en la cristalización del G2 y extendido mediante la nueva Ruta de la Seda; y los nuevos mapas de Oriente Medio, donde los alineamientos tradicionales se desdibujan como líneas trazadas en la arena, componen las otras tres patas de esta admirable mesa cartográfica que nos permite entender los conflictos y mudanzas del planeta desde su fundamento energético y material. Yergin, un gran experto en temas energéticos que recibió el Pulitzer por The Prize: The Epic Quest for Oil, Money, and Power, culmina su relato con una evaluación técnica y política de la transición hacia las fuentes renovables, la metamorfosis de la industria del automóvil, el esfuerzo por desarrollar la captura de carbono y las esperanzas depositadas en el hidrógeno.
El nuevo mapa de la energía dibuja promesas, pero también amenazas, y quizá ninguna tan estratégica como la que se cierne sobre el mar de la China Meridional, al que el libro dedica un apéndice, y donde entran en conflicto la reclamación china de soberanía y el derecho a la libre navegación de los países colindantes: algo singularmente crítico, porque por sus aguas y el estrecho de Malaca circula la mitad del volumen de transporte energético del mundo, con destino a China, pero también a Japón y Corea del Sur. El temor a que una crisis con Taiwán pudiera conducir a un corte estadounidense de ese crítico cordón umbilical —como sucedió inmediatamente antes de Pearl Harbor— hace de esa zona la más caliente del planeta, porque enfrenta directamente a las dos superpotencias. Ucrania le roba hoy los focos, y también aquí las exigencias rusas de un glacis protector se trenzan con las necesidades energéticas de Europa, que pese a la multiplicación de centrales de gasificación para dar servicio a los barcos metaneros se apoya en buena medida en la red de gaseoductos, una circunstancia que ha convertido en un símbolo el Nord Stream 2, la gran infraestructura terminada pero aún no en servicio que incrementaría la dependencia europea de Rusia. De Ucrania y de Taiwán nos hemos ocupado en diferentes momentos (‘Ucrania en Eurasia’ y ‘Tucídides en Taiwán’, Arquitectura Viva 161 y 237), y ojalá el desenlace de la actual crisis no nos obligue a volver a hacerlo.