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San Giorgio Bridge in Genoa
Como los hijos de Edipo, el puente San Giorgio es fruto de la tragedia. La del 14 de agosto de 2018, cuando durante una tormenta estival una sección del viaducto genovés se desplomó segando cuarenta y tres vidas y dejando a cientos de personas sin hogar. Su desaparición dejaba una brecha entre dos barrios que quedaban dramáticamente desvinculados —y con ellos, el principal acceso al mayor puerto del país—, pero también abría una herida en la sociedad italiana, conmocionada con lo que parecía ser un efecto más de la dejadez de las administraciones.
Por ello, la reinauguración del puente dos años después de la catástrofe fue toda una inyección de optimismo, especialmente necesaria en una nación que venía de sufrir los peores embates de la covid-19, así como un verdadero orgullo para el autor de la nueva infraestructura. Para Renzo Piano, ganar el concurso del puente de Génova no solo significaba un hito más en su prolífica carrera sino la oportunidad de comprometerse con su ciudad natal en sus horas más difíciles, liderando el personal proyecto que ahora recoge el undécimo volumen de la colección de monográficos que su fundación dedica a sus obras más queridas.
Como un cuaderno de viaje en imágenes, la publicación recorre las vicisitudes de un proceso de demolición, diseño y montaje acelerado por la urgencia de devolver a Génova su normalidad, documentando cronológicamente las distintas fases con material inédito. El amplísimo surtido de croquis, planos, maquetas y fotos de obra compone un relato mudo pero casi tan minucioso como la célebre crónica de Gay Talese sobre la construcción del neoyorquino puente de Verrazano, y, como el periodista norteamericano, reconoce la labor de aquellos que «dejaron sus huellas impresas sobre los tornillos», los más de 1.100 trabajadores que solo descansaron el día de Navidad para culminar esta auténtica proeza colectiva. La ardua empresa, con Piano a la cabeza, ha conseguido materializar una sutil obra de esbeltos pilones y bellas formas náuticas que solo aspira a hacer exclamar a los genoveses «dov’era e com’era». O casi.