‘Popular’, ‘realista’, ‘trivial’, ‘convencional’, ‘capitalista’, incluso ‘fea’ sin más: han sido muchos los adjetivos a los que los críticos contemporáneos han recurrido para calificar esa arquitectura ausente de las historias pero que ha construido y sigue construyendo nuestro mundo contemporáneo. Casi siempre, tales adjetivos han servido sólo para sostener un juicio denigratorio emitido desde el presunto buen gusto de la modernidad. Pero otras veces —muchas menos— han permitido reivindicar ejemplos de dudoso pedigrí que con el tiempo han devenido una suerte de mitos: desde Las Vegas ensalzada por Venturi y Scott Brown hasta Los Ángeles radiografiada con admiración por Banham, pasando por el Singapur que miramos con ojos oníricos gracias a Koolhaas.
Incardinarse en esta tradición que reivindica lo banal —si bien de un modo modesto y fundamentalmente académico— es el propósito de Houses for a New World. Builders and Buyers in American Suburbs, 1945-1965, un libro centrado en los años de esplendor de las nuevas clases medias consumistas en los Estados Unidos, y que es, en rigor, una muy documentada radiografía de los tipos propios del sprawl, la ciudad difusa americana que tanto se ha vapuleado desde Europa.
La tesis de su autora, la profesora Barbara Miller, es que, pese a asociarse a nombres prestigiosos como Wright, la vivienda suburbana de los Estados Unidos fue, en lo esencial, un invento propiciado menos por arquitectos que por promotores. Un invento, en verdad, exitoso, no sólo porque supo responder al imaginario de unas clases medias en construcción, sino porque se llevó a cabo de una manera vertiginosa. Miller estima, en este sentido, que en dos décadas se llegaron a levantar en los Estados Unidos hasta trece millones de casas suburbanas, en estilos diversos y estilísticamente reaccionarios —de ‘rancho’, ‘colonial’, ‘pionero’—, pero que consiguieron integrar con naturalidad el catálogo de electrodomésticos, instalaciones y nuevos materiales que hoy son canónicos en cualquier vivienda moderna.
Dada la banalidad de la arquitectura que se analiza en el libro, el empeño de Miller es más sociológico que propiamente arquitectónico, y, en este sentido, resulta más interesante A House in the Sun: Modern Architecture and Solar Energy in the Cold War, volumen en el que el profesor Daniel A. Barber aborda, desde una aproximación armada de datos y por ello convincente, uno de los tipos que, más allá de los ranchos del sprawl, generó la dinámica cultura de las décadas de 1950 y 1960 en los Estados Unidos: la casa solar. Su tesis fundamental es que, lejos de ser la expresión de hippies, ecologistas, fenomenólogos y demás outsiders, la casa solar fue un artefacto-tipo auspiciado, en buena medida, por políticas públicas, tanto desde las administraciones como desde las universidades.
Siguiendo la estela de otros intentos de aproximar la arquitectura a la política de la época, como Architecture or Techno-utopia: Politics after Modernism, de Felicity Scott, pero mucho más preciso en los aspectos técnicos, Barber presenta el proceso completo de nacimiento, desarrollo y caída de la casa solar, desde mediados de los años 1950 —cuando se realizaron los primeros y más bien pobres intentos de integrar la nueva tecnología solar en la vivienda— hasta la gran crisis del petróleo de principios de la década de 1970, cuando la casa solar ultratécnica y políticamente dirigida fue arrumbada por la sensibilidad anarcoecologista del do-it-yourself. En este proceso, el autor destaca varios momentos fundamentales: la creación del MIT Solar Energy Fund; la difusión de la ideología solar a través de las revistas profesionales; el intento de mejorar la calidad medioambiental de los sprawls; y la influencia de la ingeniera Maria Telkes en el proyecto de hacer de la casa solar uno de los mecanismos para reducir la desigualdad económica en el mundo. En definitiva: un título necesario que, más allá de su valor como historia, ayuda a entender las contradicciones de nuestros tiempos interesantes y antropocénicos.