Es un síntoma de los tiempos que vivimos que las últimas ediciones de las grandes bienales de arquitectura y arte hayan tenido una indisimulable agenda política o, cuando menos, una marcada sensibilidad social y ecológica, al menos nominalmente. Es el caso de la XI edición de la Bienal Iberoaméricana de Arquitectura y Urbanismo (BIAU), que acaba de premiar dos intervenciones de gran calidad y definidas por su compromiso: el proyecto SESC 24 de Maio en São Paulo, del maestro Paulo Mendes da Rocha, y el Museo del Clima en Lérida, del arquitecto catalán Toni Gironès (véase Arquitectura Viva 199).
Situado en una zona especialmente densa de la ciudad paulista, el SESC 24 de Maio es el fruto de la transformación de un antiguo centro comercial en un conjunto muy variado y complejo de dotaciones públicas, de las cuales la más emblemática es, sin duda, la piscina al aire libre que, dispuesta en la cubierta, hace posible que los usuarios disfruten de una panorámica inédita de la ciudad. Por su parte, el Museo del Clima se ha concebido mediante un planteamiento riguroso y al mismo tiempo creativo de control higrotérmico de los ambientes, que toma el espacio público como argumento de partida y acaba traduciéndose en la estética povera característica del autor, hecha con una paleta muy limitada de materiales y acabados en bruto.