Este año se cumplen cincuenta desde la llegada a la Luna, y el atractivo de la efeméride ha contribuido a poner sobre la mesa la vieja ilusión de los viajes espaciales. Casi al mismo tiempo de que la NASA anunciara que nuestro satélite iba a ser el objetivo de una nueva campaña de exploración espacial, con más o menos fortuna las potencias emergentes intentaban no quedarse rezagadas en los empeños siderales: China, enviando con éxito a la Luna la sonda Chang’e 4, y la India e Israel fracasando, de momento, en su proyecto de posar sus propios artefactos sobre el suelo selenita.
A diferencia de la primera —la de las décadas de 1960 y 1970—, la nueva generación de odiseas lunares está teniendo un notable acompañamiento arquitectónico, que se ha materializado en proyectos que dan respuesta a una función inédita hasta el momento en la historia de la civilización: la construcción de edificios más allá de la corteza terrestre. Entre ellos, el más coherente es el proyectado por Norman Foster bajo el nombre de Lunar Habitation (véase AV Monografías 163-164): un sistema de cúpulas construidas con robots que proyectarán regolito lunar sobre una serie de membranas de plástico autodesplegables, y cuya imagen terrosa y gris evoca la idea de una cueva y alude, de paso, a la noción de la cabaña elemental.
Pero hoy la ambición no se ciñe a la Luna. La utopía humana tiende a desbordar los límites de la fascinación por nuestro satélite, para embarcarse en proyectos de mayor envergadura, de los cuales el más atractivo es la colonización de Marte. Quizá una de las empresas marcianas más ambiciosas sea la del gobierno de los Emiratos Árabes Unidos, cuyo objetivo final es construir —en el plazo de cien años— el primer asentamiento humano estable en el Planeta Rojo. Para dar forma al proyecto contaron con el siempre propositivo Bjarke Ingels, quien hace unos meses presentaba la Mars Science City (véase AV Monografías 211-212): un campus de simulación espacial en Dubái, formado por un conjunto de semiesferas interconectadas donde podrían crecer nuevos ecosistemas a partir de especies terrestres pero nutridas con el sol y el suelo de Marte. Semiesferas cuya imagen de ultratecnológicas burbujas transparentes hubiera hecho las delicias de Reyner Banham ¡Palmeras en Marte! Es la Arquitectura 3.0...