Un virtuoso del talento
En memoria de James Stirling
James Stirling formo parte de una generación cuya difícil misión fue, por una parte, consolidar los logros de las vanguardias arquitectónicas surgidas en los años veinte y, por otra, recuperar la iniciativa arrebatada a los profesionales por el boom inmobiliario de los años sesenta. Colin St. John Wilson parte de la extraordinaria personalidad del maestro británico —en la que convivían la ironía y la ternura, la erudición y el gusto por el juego, la obstinación y el desprecio ante el riesgo— para estudiar su trayectoria, que respondió con creces a aquella ardua misión.
James Stirling nació en 1924, un momento en el que la arquitectura se lanzaba a la más profunda revaluación en 500 años. Fue una época representada por dos acontecimientos emblemáticos: en 1925, Le Corbusier construyo el pabellón de L’ Esprit Nouveau, y en 1927, Byvoet & Duiker completaron el sanatorio Zonnestraal en Hilversum. Casi de golpe, los dos polos gemelos de la aventura del Movimiento Moderno, la forma y la función, superaron la etapa de mero planteamiento para alcanzar la culminación en dos obras maestras instantáneas y arquetípicas. Por una parte, se forjo un nuevo lenguaje (tal vez el primero desde la invención de Saint-Denis), que surgía dotado de una gramática propia y con la suficiente seguridad en sí mismo como para declararse poseedor de la ortodoxia de un canon: ≪el juego sabio, correcto y magnifico de los volúmenes bajo la luz≫1. Por otra parte, la invención tecnológica se puso al servicio de la salud y el bienestar de una comunidad obrera (el Sindicato de los Trabajadores del Diamante), cuyos criterios no residían en la forma sino en la radiación solar, la higiene, el ahorro energético..., una disciplina de la que se dijo: ≪ninguna de estas cosas es una obra de arte≫... [+]