Edificios de clase mundial y su imagen
Decoro y carácter
El poder de un gran edificio corporativo o institucional estriba en la imagen que es capaz de transmitir. Las primeras oficinas del siglo xx heredaron los prejuicios decimonónicos acerca del decoro, y se llenaron de columnas y frontones, como si fueran museos del trabajo. Más tarde, el viejo decoro dejó paso a una presunta neutralidad tecnológica que, en poco tiempo, dio pie a una nueva versión del decoro: el vinculado a los muros cortina definidos por los rigurosos ritmos de la modulación y tan fríos como un témpano, que tuvo sus modelos en el Edificio Seagram de Mies y en las muchas oficinas de SOM, maestros por antonomasia de la arquitectura corporativa. El éxito del canon fue tal que resultó muy difícil dar con alternativas de calado, aunque no pueda dejar de reconocerse el mérito de arquitectos como Frank Gehry, Rafael Moneo, Rem Koolhaas o David Chipperfield a la hora de redefinir el esquema de la oficina convencional en claves semióticas que atendían a la organización del trabajo, la historia o incluso la técnica. En las páginas que siguen se han recogido tres ejemplos recientes de sedes que continúan, matizan o enmiendan la compleja tradición de la imagen institucional moderna: el Palacio de Justicia en París, construida por Renzo Piano; la sede de Bloomberg en Londres, levantada por Norman Foster; y la Fundación Feltrinelli en Milán, proyectada por Jacques Herzog y Pierre de Meuron.