Mackintosh es a Glasgow lo que Gaudí a Barcelona; no hay guía de arquitectura que no mencione al más admirable de los artífices del Arts & Crafts, y que no considere su Escuela de Arte como la construcción moderna más importante de Escocia. Por eso, cuando se convocó el concurso para ampliar el edificio se temía que los proyectos presentados pecaran de discretos, cuando no de timoratos, en su manera de relacionarse con la señera preexistencia. Tal parecía ser el caso de la propuesta con la que Steven Holl ganó el concurso en 2009, un volumen aparentemente hermético cuya volumetría real quedaba camuflada por acuarelas que sugerían atmósferas tenues iluminadas por un poético cañón de luz natural, y descritas con el conocido discurso de Holl sobre el color y las cualidades táctiles de los materiales. Pero la terminación de las obras ha puesto en evidencia que lejos de ser una sutil y ‘fenomenológica’ intervención que dialoga, «en un contraste complementario», con los robustos y un tanto ajados muros de la Escuela de Mackinstosh, la ampliación de Holl es en realidad un exabrupto que abusa de su posición para quebrar, sin ni siquiera un ligero retranqueo, la altura de cornisa del viejo edificio.
Las críticas han surgido de inmediato y, en general, han sido demoledoras, especialmente en los medios británicos. Lo relevante es que no inciden tanto en que Holl haya optado por un lenguaje contemporáneo, cuanto en el hecho de que el proyecto resulta simplemente fallido. Y realmente lo es: por su volumetría exagerada que da respuesta al no menos excesivo programa requerido por la propiedad; por la manera en que, literalmente, fagocita el pequeño pabellón histórico sobre el que parcialmente se apoya; por su esquematismo agravado en el gélido despiece de paneles de vidrio lechoso que resultan indescifrables en su contexto; y, finalmente, por su torpeza constructiva, que desmerece de la genial atención a los detalles propia de la Escuela. Por eso cuando Holl describe su ampliación como un «compañero silencioso del edificio de Mackintosh», con el que se «hibrida al modo de un yin y un yang», no hace sino confirmar lo lejos que en este caso han quedado las palabras de los hechos.