La República de Turquía celebra su centenario el 29 de octubre de 2023. Fundada por Atatürk sobre las ruinas del Imperio otomano, y dirigida desde hace dos décadas por Recep Tayyip Erdogan, la nación sufrió en febrero terremotos que causaron más de 50.000 víctimas, un desastre acaso agravado por la amnistía sísmica de 2019, y que sumado a la actual crisis económica no impidió en mayo la reelección de un presidente carismático y autoritario. Pocas semanas después de la cita con las urnas se inauguró la nueva sede de Istanbul Modern, levantada por Renzo Piano para un museo fundado en 2004 como el primero de arte moderno y contemporáneo del país, y la obra es un elocuente manifiesto de la voluntad social y cultural de integrarse en la modernidad. Aunque la reislamización de la Anatolia con un millar de nuevas mezquitas pagadas con dinero saudí o el debilitamiento de la independencia de las instituciones arrojan sombras sobre el rumbo de Turquía, el vigor secular de urbes vibrantes como Estambul o Ankara evidencia una fortaleza moderna que no contradice la decisión de adoptar el nombre ‘Türkiye’ para evitar equívocos anglosajones.
Actor geopolítico clave, miembro de la OTAN y a la vez socio estratégico de Rusia —que le suministra casi la mitad de su consumo de gas, y cuya empresa estatal Rosatom ha construido y financiado la primera central nuclear turca—, el país es fundamental en conflictos regionales como el necrosado de Chipre con Grecia o el de Siria, que le ha llevado a alojar en campos a casi cuatro millones de desplazados; en negociaciones como la del ingreso de Suecia en la Alianza Atlántica, que ha autorizado tras conseguir la venta por Estados Unidos de aviones F-16 y tras comprometerse Bruselas a reconsiderar su improbable entrada en la Unión Europea; y en acuerdos como el logrado para la exportación del grano ucraniano, hoy de nuevo en cuestión con consecuencias alimentarias trágicas en África y Oriente Medio. Democracia de participación caudalosa en las elecciones y restricciones múltiples en las libertades políticas, preocupada por la seguridad o la inmigración y tan orgullosa de su pasado como ambiciosa de su futuro, Turquía es una potencia cuya fuerte identidad nacional interpela a los europeos con su condición a la vez conservadora y moderna.
La obra de Piano, que ocupa el emplazamiento original del museo —un antiguo almacén de ribera donde se encuentran el Bósforo y el Cuerno de Oro—, y promovida por una influyente familia local, es tanto un emblema de progreso como un ejemplo del empuje de la iniciativa privada, y en eso semejante al ejemplar centro cultural de la Fundación Niarchos en Atenas, inaugurada en 2016 por el mismo arquitecto, que si entonces se midió con Ictino y Calícrates, en Estambul lo hace con el gran Mimar Sinan, el contemporáneo de Palladio que tanto construyó para Solimán el Magnífico. Levitando su volumen para comunicar visualmente el parque y el barrio medieval de Gálata con el mar, la sede de Istanbul Modern se despliega en niveles unidos por una escalera monumental y un cúmulo de pasarelas de acero que le dan un aire industrial, y se corona con una terraza mirador sobre la lámina de agua de la cubierta. Sostenida por una estructura diseñada por Arup para evitar cualquier riesgo sísmico, la construcción elegante y sobria del genovés es la mejor celebración del centenario de la República, y quizá el mejor icono de la modernidad turca.