Lo que ahora llamamos ‘los Sesenta’ se corresponde en realidad con la década que va de 1965 a 1975. ‘Los Sesenta’ fue un término usado por los jóvenes y activistas convencidos de que estaban viviendo un momento clave y liberador dentro de la evolución cultural. Aquellos años fueron el resultado, especialmente en los Estados Unidos, de la educación sin precedentes y de la riqueza muy repartida que pudieron disfrutar los baby boomers, y se explican también por la resistencia a la Guerra de Vietnam y la llamada a filas, el impacto de las drogas (el LSD fue legal hasta 1966) y sus correlatos en la música de protesta y la psicodélica.
El Museo Victoria & Albert de Londres ha hecho de estos años el tema de una de sus series de exposiciones que revisan una época o movimiento: ‘You Say You Want a Revolution’. Pero ha preferido un enfoque más corto en el tiempo y en el tema: el periodo 1966- 1970 asociado, como el subtítulo reza, a los discos y a los rebeldes (‘Records and Rebels’). Además, se hace hincapié en sólo dos ciudades, Londres y San Francisco. Pese a este trabajo de acotación, se expone tanto material que este resulta de difícil digestión, en parte también porque hay demasiadas piezas que son parecidas (sobre todo, las cubiertas de los discos y los vestidos funky que, pasado el tiempo, se muestran realmente pegajosos). Al salir, la impresión es que la exposición deja mucho sin contar, y que por ello resulta banal.
Con razón, los Sesenta suelen describirse como la época en la que se sembraron semillas que sólo florecerían décadas más tarde. Un prejuicio común de los Sesenta era que uno podía asumir, sin más, nuevos comportamientos (‘Peace and Love, Brother’), sin que esto exigiera ningún trabajo de transformación personal. La superficialidad de estos supuestos conduciría más tarde al movimiento del ‘potencial humano’ y a muchas formas de ascesis de transformación personal. Estas, a su vez, cambiarían profundamente la psicoterapia y la teoría de la gestión de las emociones, así como la cultura en general y su ethos, expresados en películas, novelas y series de televisión. Esta profundización psicológica que lenta y casi imperceptiblemente ha permeado nuestra cultura es uno de los legados de los Sesenta, aunque esto no se menciona ni en la exposición ni en el catálogo. Despreciar este tipo de impactos a largo plazo quita a la muestra la actualidad que podría haber tenido, y lo mismo cabe decir de otros asuntos como la sostenibilidad.
Culturas de la contracultura
La exposición se organiza en torno a siete temas bien escogidos y en potencia fructíferos, pero, para nuestra frustración, todos se quedan sin desarrollar. ‘Revolution in Identity’ da cuenta del impacto del llamado Swinging London —su moda, estilo y look— y de cómo los medios de comunicación globales lo difundieron; sin embargo, se pasa por alto el impacto de las terapias de grupo y los escritos de Abraham Maslow, Norman O. Brown y Erik Erikson, cuyo Infancia y sociedad fue, tras la Biblia y las obras de Shakespeare, el libro más leído por los activistas de los derechos civiles. El alcance de la segunda parte, ‘Revolution in Ideas’, es demasiado estrecho —se restringe al autodescubrimiento a través de las drogas y los nuevos estilos de vida—, y se centra en espacios musicales como el UFO Club de Londres o el Fillmore en San Francisco. ‘Revolution on the Street’ trata de las protestas políticas, como las del Mayo del 68 en París, Praga o el Pentágono. Por su parte, mientras que ‘Revolution in Consuming’ se limita a dar algunas pinceladas del impacto de la publicidad omnipresente y de las grandes ferias internacionales (las Expos de Montreal y Osaka, de 1967 y 1970, respectivamente), ‘Revolution in Lives’ trata en esencia del comunitarismo exhibicionista de festivales de música como el de Woodstock de 1969, y ‘Revolution in Communication’ es una miscelánea de temas que van de la ‘Summer of Love’ de San Francisco al nacimiento de la cibercultura, pasando por la contracultura. Finalmente, ‘Ongoing Revolution’ es otra miscelánea que cubre asuntos como la emergencia de la sensibilidad medioambiental, la cultura de masas, el Neoliberalismo o los ordenadores personales. Estos últimos, como diría después Steve Jobs, se supone que se inventaron para dar respuesta a la fácil conectividad comunitaria que caracterizó a los Sesenta. Sin embargo, y aunque el impacto de los ordenadores personales sea quizá el legado más importante de aquellos años, hay una diferencia enorme entre la conectividad online y el tipo de conexión corporal que muchos disfrutaron durante los Sesenta. Es, precisamente, esta dimensión experiencial la que está ausente en toda la exposición.
Se entra en la muestra pertrechado de unos auriculares que reproducen música relacionada con lo que se está viendo. Pero estos fragmentos musicales tienen más que ver con la cultura del iPod y el zapeo, con su individualismo y su descorporeización, que con la experiencia inmersiva y comunitaria, hecha a través de los sentidos, que caracterizó a los Sesenta, ya sea con la ayuda de las drogas o sin ella. Pero evocar este tipo de experiencia en nuestra cultura cortoplacista y que quiere tenerlo todo a mano de inmediato hubiera sido misión imposible. La única sala que sugiere algo de esto es la grande en la que se proyectan clips de la película de Woodstock, mientras algunos los miran repantigados en grandes sofás y algunas señoras mayores cantan coreando la película.
A pesar de que los Sesenta asistieron al surgimiento y la difusión del ambientalismo y del diseño bioclimático (la obra de referencia de Ian McHarg, Design with Nature, se publicó en 1969), la exposición no da cuenta prácticamente de nada de todo esto. ¿Cuál fue entonces la influencia de estos años en el diseño medioambiental? En lo que respecta a los interiores y productos, el periodo se asocia con el mobiliario y los accesorios erotizados de las shag pads de aquellos años (típicos de las películas de James Bond y de la revista Playboy), con los muebles de plástico de Joe Columbo, o con los artefactos hinchables. Las casas de John Lautner —que aparecen también en las películas de James Bond— no dejan de estar contaminadas del sexismo de los Sesenta, uno de los lados oscuros de aquel periodo.
Brevemente mencionado y expuesto en la muestra está Bucky Fuller y su cúpula para la Expo de Montreal, así como el Habitat de Moshe Safdie para la misma Expo. Pero, si se examinan los edificios de la época —recuérdese que estamos en el apogeo del Brutalismo macho—, resulta difícil decir que la arquitectura estuviera influida por el afable flower power y el comunitarismo de los Sesenta, con su inclinación hacia la espiritualidad oriental y el misticismo, aspectos estos que se destacan en la exposición. Las excepciones fueron los self-builders, que formaron parte del movimiento por la autosuficiencia promovido por el The Whole Earth Catalogue de Stewart Brand y de otros asentamientos más anárquicos como la Drop City, y libros como The Environmental Design Primer, de Tom Bender, publicado en 1973.
Algunos de los arquitectos que se vienen a la mente como ejemplo de los ideales de los Sesenta son los de la Costa Oeste de los Estados Unidos, en particular la Bay Area, como Sim van der Ryn. Sin embargo, Van der Ryn es originario de los Países Bajos, y otros arquitectos que parecen encarnar el Zeitgeist son también holandeses, como Van Eyck y Hertzberger, en especial por el ethos comunitario y participativo expresado en edificios como el Centraal Beheer. Reflexionar sobre cuestiones como esta sugiere hasta qué punto podría haberse producido una exposición sobre los Sesenta más interesante, actual y pertinente que la que se presenta estos días en el Victoria & Albert Museum.