La nueva Ópera de Linz se sitúa entre el barrio de la estación y el centro de esta histórica ciudad austriaca. Su forma está determinada por la del solar, que linda en su lado más corto con un parque y, en el opuesto, con las vías del ferrocarril y con una calle de trazado sinuoso. La Ópera se abre al parque y a la trama amable del casco histórico con una fachada donde predomina la transparencia del vidrio, pero se cierra hacia el tráfico de coches y trenes con una envolvente de apariencia hermética, cuyo desarrollo de casi doscientos metros de longitud apenas se matiza por la suave curvatura del edificio.

Pese a su condición hermética —o acaso precisamente por ella—, esta fachada curva es la que dota de carácter al conjunto. Está formada por un riguroso orden modular de costillas estructurales de hormigón armado visto, dispuestas a intervalos de 1,5 metros y rigidizadas con dos zunchos horizontales. Entre los intersticios que dejan las costillas se ha dispuesto, a modo de plementería, un revestimiento de travertino romano acabado en bruto. Sostenidas mediante anclajes de acero inoxidable a las costillas, las placas de piedra se colocan a tope, formando la hoja exterior de una fachada ventilada que se completa, además de con una cámara de aire, con un aislamiento térmico impermeabilizado de 20 centímetros de espesor, fijado en su cara posterior a un muro de hormigón.

El efecto estético que genera el contraste entre la superficie cruda y gris de las costillas de hormigón y el suave acabado beige del travertino se complementa en el interior con el que producen otros revestimientos de piedra, sobre todo el mármol pulido de Untersberg, un material local que entona con los acabados de madera y de metal prepatinado que conforman el resto del edificio.