Hace años que estoy interesada en estudiar la morfología de las ciudades y de sus calles. Todos los otoños tengo la suerte de poder pasearme por Madrid con un pequeño grupo de estudiantes hablando sobre el uso que hacemos del espacio público. Estudiamos cuáles son las características que una calle o una plaza deben tener para que sean un espacio público de calidad, haciéndonos eco de lo que nos enseñó Jane Jacobs hace tiempo.
A los españoles nos gusta la calle, nos gusta callejear. Nos gusta disfrutar del aire libre, ir de bar en bar y, ahora, nos gusta comer al fresco también en invierno en las muchas terrazas habilitadas a raíz de la pandemia. Cuando yo era pequeña, en Madrid, podía ir sola en bicicleta a casa de mi abuela y tenía una pandilla de amigos que vivían cerca con los que jugaba a polis y cacos. Hoy en día es imposible imaginar a los niños jugando en las calles con libertad. Sin embargo, hay sociólogos, como el italiano Francesco Tonucci, que usan este indicador —la posibilidad de que los niños circulen con independencia en la ciudad— para medir la calidad de vida en las urbes...