El cuarto volumen (aunque segundo en aparecer) de las obras completas de Norman Foster es tan colosal como el primero, y la desmesura dimensional del tomo vuelve a resonar metonímicamente con lo titánico de las construcciones realizadas por su autor. Con 3,4 kilos, el libro supera ampliamente los 2,7 de S,M,L,XL, la obra extra large de Rem Koolhaas, y desde luego deja muy atrás las dimensiones más sosegadas de otras colecciones en volúmenes, como las de Renzo Piano, Richard Meier o Herzog &de Meuron. La presente entrega recoge los proyectos de la primera mitad de los noventa, localizados muchos de ellos en Alemania —de las obras de Duisburg al Commerzbank, con el Reichstag como inevitable corazón del tomo—, pero se extiende también hasta el Museo Británico, la remodelación a partir de la cual comenzamos a percibir la cristalización de «el Londres de Foster», culminado recientemente con ese edificio extraordinario que es la sede de Swiss Re. Por desgracia, la aparición del libro se ha visto contaminada por la manipulación informática de la foto colectiva del estudio para restar protagonismo simbólico a Ken Shuttleworth, un socio que ha dejado la firma, después de 30 años, para fundar una empresa rival con otros 18 miembros del equipo; y es una lástima porque, más allá del evidente gigantismo y obsesivo control de este proyecto editorial (que el arquitecto dedica a su esposa Elena Ochoa), la obra formidable del maestro británico está tan minuciosa y pedagógicamente expuesta en sus páginas que no merece desdibujarse con polémicas que oponen la inevitable naturaleza coral de la arquitectura y la imprescindible condición individual de su autoría.