El Comité de la UNESCO reunido en Estambul desde el 10 de julio y que tuvo que acortar sus deliberaciones debido al intento de golpe de estado del día 16 ha añadido a su lista de Patrimonio de la Humanidad cinco nuevos enclaves, entre ellos 17 edificios de Le Corbusier y el conjunto de pabellones diseñados por Oscar Niemeyer para el parque de Pampulha, en Belo Horizonte (Brasil).
La inclusión en la lista es doblemente relevante para el mundo de la arquitectura pues, si por un lado supone el reconocimiento de los edificios del Movimiento Moderno dentro de un canon que es ya universal, por el otro, hace posible la puntillosa salvaguarda, como conjunto unitario, de una nómina de obras de gran valor, en algunos casos amenazadas, y que están dispersas por países cuyas legislaciones de protección patrimonial son muy diferentes.
Rechazada en dos convocatorias anteriores y ahora valorada por la UNESCO en términos previsibles («obras que reflejan las soluciones que el Movimiento Moderno tuvo que aplicar ante los retos de crear un nuevo lenguaje arquitectónico que respondiese a las necesidades de la sociedad»), la candidatura de Le Corbusier ha contado con la participación de Argentina, Alemania, Francia, Suiza, Bélgica, Japón y la India, y consiste en una selección de los edificios que, distribuidos por tres continentes y abarcando medio siglo de la carrera del arquitecto francosuizo, pueden considerarse no sólo canónicos dentro del corpus lecorbuseriano, sino también obras maestras por derecho propio de la arquitectura del siglo XX: desde los proyectos domésticos —la Casa doble en la colonia Weissenhof de Stuttgart, la Villa Saboya, la Casa para el Dr. Curutchet en La Plata, el Cabanon de vacances en Roquebrune-Cap Martin— hasta los edificios más internacionales —el Capitolio de Chandigarh o el Museo de Arte Occidental en Tokio—, pasando por las grandes proyectos en Francia, como el Convento de La Tourette, la Iglesia de Ronchamp o la Unité d’habitation de Marsella.
Valorada por la UNESCO en términos semejantes a la de Le Corbusier, la candidatura de las obras de Niemeyer comprende los pabellones —un casino, una sala de bailes, un club náutico, una iglesia y una galería de arte— construidos en la década de 1940 en el marco de la ciudad jardín de Pampulha: edificios que, sin duda, manifiestan su deuda con el universo de Le Corbusier, pero que expresan la seguridad con que Niemeyer tradujo la herencia moderna a un lenguaje personal, más orgánico y desenfadado, y por lo tanto también más afín a la tradición brasileña.
La ampliación de la nómina de lugares protegidos por la UNESCO —que hasta ahora contaba con 1.031 enclaves culturales y naturales— tiene una coda hispana, que en este caso señala a los orígenes de la arquitectura. Así, junto a las obras de Le Corbusier y Niemeyer, y otras como los antiguos astilleros de la Armada británica en Antigua y Barbuda o el Parque Nacional de Khangchendzonga en la India, la lista de 2016 de los nuevos lugares Patrimonio de la Humanidad incluye las cuevas gibraltareñas de Gorham —habitadas por los neandertales durante 125.000 años y que atestiguan la capacidad simbólica de esta especie humana desaparecida—, así como uno de los yacimientos megalíticos más importantes del mundo, los extraordinarios dólmenes de Antequera construidos hace casi siete mil años y en cuyo libro de visitas, por curiosidades del destino, un ya maduro Le Corbusier escribió con admiración: ‘A mis ancestros.’