Libros 

La sensualidad candorosa de Barragán

Adela García-Herrera 
31/08/2000


El mexicano Antonio Riggen, especialista en su compatriota Luis Barragán, ha realizado aquí una edición impecable. El problema reside en que no se puede sacar nada de donde nada hay, y si Barragán dejó un legado extraordinario de paisajes y recintos de belleza sensual e inmediata, resulta imposible decir otro tanto de su ‘pensamiento’, objeto de este libro.

«Me doy cuenta de que nunca he sabido transmitir sino mi emoción», decía el arquitecto en una entrevista última, incluida aquí junto a varias más y junto a textos de otros autores para engordar este raquítico volumen (sobre todo si se compara con los dedicados en la misma colección a Loos o Mies) de escritos dispersos, cartas y conversaciones. Enemigo de hablaren público y renuente a la reflexión teórica, Barragán visita el París de 1931, burbujeante de vida e ideas, y sólo acierta a apuntar algunos comentarios desganados («estoy muy lejos de entender todo lo que está pasando»), aunque, consciente de que está asistiendo a la consagración de algo nuevo, adquiere libros para digerirlo a su vuelta a México. Otros escritos fechados décadas más tarde (las «Reflexiones sobre la belleza, el artista, la realidad y el arte, a partir de la literatura de Oscar Wilde» o su discurso de aceptación del premio Pritzker) lo sitúan en el mismo punto. Discreto como el dandy que fue y distante del espíritu de su tiempo («Aunque Neutra fue un arquitecto de primera... sus paredes —mal entendidas— han sido muy peligrosas en la historia de la arquitectura»), sólo la Alhambra lo conmovió en lo más hondo; y dedicó su vida a perseguir un ideal de belleza que acertó a materializar y no consiguió verbalizar. El mito del artista inocente se perpetúa.


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