La reciente consagración como basílica de la Sagrada Familia de Barcelona —oficiada con la presencia del Papa en noviembre de 2010— ha vuelto a poner de actualidad la polémica sobre la pertinencia de la continuación de los trabajos en el templo proyectado por Antonio Gaudí. La mayor parte de la intelligentsia arquitectónica local sigue compartiendo la idea de que no existen razones sociales o artísticas para proseguir la obra, en los mismos términos de la carta publicada al respecto en 1965 y firmada, entre otros, por figuras como Le Corbusier, Pevsner, Coderch, Bohigas o Tàpies. Sin embargo, algunos de los arquitectos y artistas que antaño se opusieron a la terminación del edificio han cambiado de opinión al conocer el espectacular espacio resultante de cubrir la nave principal con la peculiar bóveda arborescente intuida por Gaudí. Obviando, en general, las razones pastorales que podrían justificar el uso del templo —la obra se financia con suscripciones privadas—, el debate, sin embargo, sigue centrándose en torno al problema de la autoría: mientras que para unos la continuación de las obras supone una manipulación kitsch de las ideas de Gaudí, para otros es el propio concepto de autoría el que debe revisarse, considerando al templo una obra colectiva en la que sólo cabe atribuir al genial arquitecto catalán su papel decisivo en los inicios. Mientras tanto, continúan los trabajos. El siguiente reto: la construcción de la torre de Jesucristo, de 170 metros de altura.