La aparición simultánea en 2021 de sendas traducciones de Colin St John Wilson y Kenneth Frampton sobre modernidades disidentes anima a revisar los cánones arquitectónicos del siglo pasado, y el libro de la misma fecha de José Ignacio Linazasoro lleva la revisión un paso más allá, proponiéndose como una genuina ‘respuesta antimoderna’. La obra de Wilson, The Other Tradition of Modern Architecture: The Uncompleted Project, se publicó originalmente en 1995, y la versión castellana añade a la edición de 2007 un prólogo y un epílogo que ponen en contexto el vibrante alegato del arquitecto británico; el libro de Frampton, por su parte, vio la luz inicialmente en italiano en 2015 como L’altro Movimento Moderno, y la versión inglesa aparecida ahora añade un subtítulo (‘Architecture, 1920-1970’) que acota el ámbito temporal de los 18 ensayos sobre figuras menos reconocidas que ha redactado el eminente historiador. Ambos volúmenes se proponen rescatar ‘la otra modernidad’, pero lo hacen desde presupuestos diferentes, porque si el de Wilson es un texto de combate, dedicado a ‘los miembros de la resistencia’ y centrado en esclarecer ‘lo que salió mal’ desde los primeros compases del Movimiento Moderno, el de Frampton es un compendio informativo y analítico que presenta a cada una de las figuras elegidas con una síntesis biográfica y el comentario de un edificio representativo. Por su parte, la obra actual de Linazasoro, La arquitectura del contexto, se presenta como una genuina enmienda a la totalidad; su conjunto de textos recorre de forma impresionista la arquitectura del siglo XX glosando obras y autores que juzga críticos con la modernidad, pero su nómina de personajes no es al cabo tan diferente de la que resulta de la lectura de los británicos.
Un manifiesto airado
La trayectoria de ‘Sandy’ Wilson (1922-2007) es inseparable de su dedicación durante tres décadas al colosal y malhadado proyecto de la nueva Biblioteca Británica —descrita por él como «mi guerra de los Treinta Años»—, pero es posible que sea recordado bajo una luz más amable por este libro desafiante y polémico, publicado unos años después de jubilarse de su cátedra en la Universidad de Cambridge, y que constituye un genuino testamento intelectual. A su juicio, la modernidad descarriló en 1928, cuando Le Corbusier y Sigfried Giedeon impusieron su dictadura ideológica y formal en la primera reunión de los CIAM en La Sarraz. «La ‘Mano abierta’ —escribe— siempre estaba lista para convertirse en un puño cerrado». El pionero de la ‘resistencia’ sería entonces Hugo Häring, pero a la larga su miembro más destacado sería Alvar Aalto, cuyo discurso en el RIBA en 1957 abrió los ojos a Wilson acerca del extravío sufrido por una modernidad que no cumplía su promesa. Estos dos maestros son referencias esenciales del libro, conjuntamente con Hans Scharoun y Eileen Gray, además de Erik Gunnar Asplund, Sigurd Lewerentz, Ernst May o Jan Duiker, al igual que su contemporáneo Giancarlo de Carlo, y varios de ellos se enfrentan polémicamente a Mies van der Rohe, Walter Gropius, Arne Jacobsen o Le Corbusier en las comparaciones de proyectos de ayuntamiento, galería de arte, residencia de estudiantes y casa que cierran el volumen: unos estudios de casos en los que la modernidad ortodoxa sale malparada, y donde ejemplos como la E-1027 de Gray sirven para evitar la asociación de esta otra tradición con el expresionismo o el organicismo.
Historia expandida
Algunos de estos arquitectos —Gray, Lewerentz o Duiker— figuran igualmente en la selección de Frampton, guiada también por la reflexión del filósofo Jürgen Habermas sobre la modernidad como un proyecto inacabado, pero donde los criterios esenciales han sido «la relativa marginalidad de cada protagonista» y «el grado en que ha contribuido a producir una nueva tipología». Desde luego, la marginalidad de personajes como Rudolf Schindler, Erich Mendelsohn, Arne Jacobsen o Richard Neutra es solo relativa, y es más sencillo hallarla en arquitectos como el belga Louis Herman De Koninck, el británico Evan Owen Williams, el checo de origen austriaco Jaromír Krejcar —cuyo pabellón en París de 1937 se reproduce en cubierta—, el danés Vilhelm Lauritzen o los suizos Werner Moser y Max Ernst Haefeli, pero todos ellos realizaron aportaciones de singular importancia, y la documentación que el volumen reúne ayudará a perfilar su presencia en las historias del siglo. Frampton sitúa el origen de la ‘otra’ modernidad, opuesta al funcionalismo doctrinario de entreguerras, en el coloquio de Darmstadt en 1951, donde se presentaron una escuela proyectada por Scharoun para esa ciudad y la mítica tesis de Martin Heidegger Bauen Wohnen Denken. La idea de una modernidad alternativa volvería a proponerse en otros términos en la Bienal veneciana de 1980 bajo la rúbrica ‘La presencia del pasado’, una posmodernidad populista contestada en 1982 por la exposición en Múnich ‘Die andere Tradition’ —inaugurada con un discurso de Habermas donde reiteraba su convicción sobre la naturaleza inacabada de la modernidad—, y en 1985 por la muestra ‘Die andere Moderne’, dedicada a la obra del suizo Otto Rudolf Salvisberg, antecedentes ambas del libro de Wilson en 1995 y el de Frampton en 2015, que por cierto se cierra con Alejandro de la Sota, cuya presencia tardía se asocia al atraso de la modernización española por el impacto de la Guerra Civil. En su introducción, el historiador lamenta la ausencia de suizos alemanes como el mencionado Salvisberg o el excéntrico Karl Egender; escandinavos como el noruego Arne Korsmo y el finlandés Erik Bryggmann; griegos como Patroklos Karantinòs, Dimitris Pikionis, Aris Konstantinidis o Takis Zenetos; e italianos como Luigi Moretti, Eugenio Montuori o Annibale Vitellozzi. Si a esta relación añadimos tres o cuatro figuras españolas, Kenneth Frampton —en plena forma y jubilado hace un año de la Universidad de Columbia al cumplir 90— tiene ahí material para un nuevo y formidable volumen.
Referencias personales
El profesor y arquitecto donostiarra, por último, extiende las ideas formuladas en su libro de 2013, La memoria del orden, con una multitud de ejemplos y referencias cuya selección atiende a los criterios expuestos por Antoine Compagnon en Les antimodernes, de Joseph de Maistre à Roland Barthes, una celebrada obra publicada en 2005 por el crítico literario donde los así descritos se definen como disidentes de la modernidad, pero ajenos al tradicionalismo que preconiza el retorno al pasado. Entre los antimodernos de Linazasoro está inevitablemente Heinrich Tessenow, pero también los ya citados Asplund, Aalto, Pikionis o Lewerentz, además de sus admirados Has van der Laan, Rudolf Schwarz y Hans Döllgast, con su devoción italiana ilustrada por BBPR, Gardella, Moretti, Michelucci y, en una época más próxima a la nuestra, Francesco Venezia o la Tendenza de Rossi y Grassi, mientras los españoles están representados por Zuazo, Sota, García de Paredes, Moneo, Navarro Baldeweg o Peña Ganchegui. La unión de estos puntos traza una cartografía arquitectónica que es también un retrato del autor, cuya obra construida se recorre en el último capítulo como materialización de esas influencias artísticas e intelectuales, defendiendo al cabo lugares y construcciones como palimpsestos donde se superponen diferentes estratos de la memoria colectiva, y el valor de la historia como sustancia nutricia del presente: un propósito crítico que anima igualmente las obras de Sandy Wilson y de Kenneth Frampton, estableciendo una conversación muda y elocuente entre los tres volúmenes.