Ganar este galardón era algo que no me esperaba. Durante muchos años, he estado persiguiendo mi sueño solo. Antes de este premio, apenas había publicado mis obras y nunca había construido fuera de China. Siempre me había considerado a mí mismo como un arquitecto aficionado, por eso recibir este honor ha sido una sorpresa tan inmensa como agradable.
Por cuanto soy el primer arquitecto nacido y educado en China que recibe este premio, lo acepto con honor y reverencia. A pesar de su gran tradición arquitectónica, China no ha tenido un sistema oficial de arquitectos profesionales en los últimos miles de años. La arquitectura moderna considerada como una profesión comenzó en la época del maestro de mi maestro y, por tanto, tan sólo existe desde hace tres generaciones, lo cual convierte este galardón en algo de especial importancia para los arquitectos chinos. Como arquitecto joven, tengo que reconocer la deuda de este premio con la época que me ha tocado vivir, una edad de oro en la que China ha alcanzado niveles de prosperidad y de apertura sin precedentes, y que me ha dado la oportunidad de experimentar mucho en un corto periodo de tiempo. Quiero por ello dar las gracias a mi socia Lu Wenyu y a todos los que me han ayudado hasta ahora.
Quizá porque en China la arquitectura como profesión está aún en la infancia, o tal vez porque han sucedido muchas cosas en las últimas décadas, lo cierto es que todavía recuerdo cómo, hace treinta años, cuando estaba estudiando arquitectura en el Instituto de Tecnología de Nanjing, la pregunta más frecuente era ‘¿Qué es la arquitectura?’. Una vez, a uno de mis respetados profesores, el Sr. Tong Yun —conocido por ser el primer arquitecto de la China moderna que ha estudiado los jardines tradicionales— un humilde estudiante le hizo la misma pregunta. Su respuesta fue sencilla: «La arquitectura es tan sólo una cosa pequeña.»
Sin embargo, en los últimos treinta años esta pequeña cosa que es la arquitectura ha cambiado profundamente las perspectivas de China, y la vida de su gente. Ha sido un proceso lleno de tanteos y de confusión. Como estudiante de arquitectura que había leído mucha filosofía en la escuela, al principio fui un completo apasionado de la arquitectura moderna; después pasé rápidamente a interesarme por la posmoderna. y, justo cuando estaba empezando a aburrirme con la extremada artificialidad de los edificios modernos, me enamoré de la filosofía y la arquitectura deconstructivistas. De hecho, estaba tan emocionado por ellas que incluso llegué a proyectar yo mismo algunos edificios en ese estilo. Pero, a lo largo del proceso, no dejaba de plantearme una pregunta que me dejaba confuso: ‘¿Están mis edificios arraigados de verdad en mi propia cultura?’. Esta fue una de las razones por las que decidí aislarme de la profesión durante la década de 1990. Mi interés se orientó entonces a la rehabilitación de edificios antiguos, y pasé muchos días y muchas noches trabajando con artesanos locales. Me di cuenta de que, además de la arquitectura moderna —fabricada o artificial— existía otra suerte de edificios que daban cuenta de las cosas que ya están en la realidad.
A diferencia de los edificios modernos, centrados en el espacio abstracto, este otro tipo de construcciones aspiraba a crear un determinado sentido de lugar, conectándose con el pasado. En contraste con las arquitecturas que evidencian una fuerte impronta humana, los edificios de la China tradicional están más cerca de la naturaleza, y dan cuenta de una idea de arquitectura concebida como un horizonte completo. Se trataba de un universo que nunca antes había visto o estudiado, pero que contenía algo más valioso que lo que la arquitectura moderna podía ofrecer. En el contexto en el que lo ‘profesional’ sigue identificándose con lo ‘moderno’, yo prefiero seguir considerándome a mí mismo como un aficionado.
Hasta ahora, todos mis proyectos se han construido en China, pero las cuestiones implicadas en ellos trascienden este ámbito geográfico. Muchos de los temas arquitectónicos de debate suscitados en China en el contexto reciente de cambio surgieron antes en otras partes del mundo, pese a que las transformaciones sufridas en China difieren de las anteriores por su gran escala, por su gran impacto y por su velocidad. En un país que hace cien años no tenía profesionales sino sólo artesanos, tales cambios han resultado en un agudo conflicto de civilizaciones. En este contexto, los arquitectos no deben considerarse sólo como técnicos, sino demostrar que son capaces de mirar con una perspectiva más amplia, de pensar de una manera más profunda, y de actuar de acuerdo a valores y convicciones más claros.
A lo largo de mi actividad como arquitecto me he estado haciendo a mí mismo, de una manera recurrente, muchas preguntas: ¿Cómo puede la arquitectura sostenida en la artesanía sobrevivir en el mundo contemporáneo? ¿Cuál puede ser la importancia del paisaje chino tradicional en un mundo abarrotado de gigantescas construcciones artificiales? En una sociedad que confía su desarrollo a masivos proyectos de crecimiento urbano ¿podría darse otro modelo de desarrollo ajeno al ritmo agresivo del binomio destrucción/construcción? ¿Cómo podrían los edificios nuevos conectarse con la memoria del pasado —perdida cuando los restos de este pasado se destruyen—, restableciendo de este modo su identidad cultural? ¿Qué puede hacerse en el ámbito de la arquitectura para superar la fuerte dicotomía entre las ciudades emergentes y las zonas rurales de China? ¿Es posible respetar en el contexto jerarquizado del sistema profesional de la arquitectura moderna el derecho de la gente ordinaria a construir por propia iniciativa? ¿Es posible dar con maneras más inteligentes de responder a los retos medioambientales, apoyándose en la sabiduría de la arquitectura tradicional y el buen sentido de los constructores ‘de base’? ¿Hay alguna manera de expresar nuestra búsqueda arquitectónica mediante narraciones y sentimientos sin recurrir a gigantescos edificios icónicos? ¿Cómo puede un arquitecto mantener su independencia intelectual y estilística en el contexto del poderoso sistema moderno?
Siempre digo que, menos que diseñar un edificio, lo que pretendo es crear un mundo de diversidad y diferencia, y abrir un camino que nos devuelva a la naturaleza. Estas fueron las preguntas que me hice a mí mismo cuando supe que se me había concedido el Pritzker, y seguirán siendo las que me plantee en el futuro.