Arte y cultura  Exposición 

La colonización del campo

Rem Koolhaas en el Guggenheim

Vladimir Belogolovsky 
30/04/2020


Antes nos fascinaba el futuro; ahora le tenemos miedo y nos consuela la nostalgia. Antes nos obsesionaba crear objetos y edificios hermosos; ahora nos preocupa mucho más abordar problemas y producir entornos socialmente interactivos. En el pasado celebrábamos a los héroes del diseño y, con ellos, la originalidad y el talento puro; hoy tendemos a fomentar la responsabilidad, la ética, la colaboración y el diálogo en pos del consenso. Hace mucho tiempo sabíamos exactamente lo que queríamos; hoy nos cuestionamos continuamente y analizamos en profundidad los asuntos a la hora de calcular con cuidado lo que necesitamos de verdad. Antes estábamos orgullosos de haber conquistado la naturaleza, de haber creado interiores elegantes y herméticamente sellados; ahora somos conscientes del largo camino que nos queda transitar para reconciliarnos con lo natural. En el siglo XX celebrábamos el progreso, el urbanismo y la densidad creciente como respuesta segura para el fomento de la creatividad; en nuestro nuevo siglo buscamos con urgencia modelos alternativos a las ciudades, que se han vuelto demasiado congestionadas, caras, insoportablemente ruidosas y descontroladas.

¿Hay que buscar esos modelos alternativos en otro lugar? ¿Es el campo nuestro futuro? Tales son las preguntas planteadas por Rem Koolhaas, que, a sus 75 años, ha pasado de haberse centrado durante toda su carrera en los problemas de las ciudades a interesarse por el campo, y que insiste que el campo es hoy el lugar donde se están desarrollando los aspectos más radicales y modernos de nuestra civilización. La amplia investigación llevada a cabo por Koolhaas y su equipo de AMO es el tema de su nuevo libro, Countryside, A Report, editado por Taschen, y de la exposición ‘Countryside, the Future’, recientemente inaugurada en el Museo Guggenheim de Nueva York y que podrá visitarse hasta el 14 de agosto.

Organizada por Troy Conrad Therrien, comisario-jefe de Arquitectura e Iniciativas Digitales del museo, en colaboración con el propio Koolhaas y Samir Bantal, director de AMO, ‘Countryside, the Future’ presenta las maneras en que el campo, en todo el mundo, se está transformando radicalmente mediante la tecnología, la cultura, la política, la migración, la especulación inmobiliaria y el cambio climático. El término ‘radical’, que tanto se usa hoy, resulta bastante apropiado en este contexto, y da pie a una pregunta que se plantea de inmediato: ¿por qué un arquitecto debería asumir el papel de contarnos el futuro? Los arquitectos no son futurólogos, sociólogos, antropólogos o científicos; su tarea es hacer de nuestro mundo un lugar más ordenado, significativo y, por supuesto, hermoso. Con todo, es un hecho que los arquitectos son especialmente buenos en dos cosas: una es recoger y analizar datos; la otra, presentar sus ideas de manera categórica. Después de todo, los arquitectos tienen que habérselas constantemente con el futuro, y el futuro que nos presenta Koolhaas resulta abrumador.

¿Puede haber mejor metáfora a la hora de explorar el futuro que una espiral? Apropiarse de la rotonda sinuosa que ideó Frank Lloyd Wright siempre ha sido un desafío para los artistas y los comisarios, pero la forma del museo se ajusta como un guante a esta exposición. Conforme subimos por la rampa continua de seis niveles, nos encontramos con un interminable collage de fogonazos en relación con la mitología, la historia, la política, la ecología o la iconografía del campo, amén de gráficos, mapas, estadísticas, películas, materiales de archivo y reproducciones artísticas. Hay también estudios sobre la China de Mao, la URSS de Stalin y Jruschov, la Alemania nazi y los Estados Unidos democráticos, entre muchos otros temas. Y luego están los textos: textos y más textos reproducidos con un tipo de letra grande y diseñado ad hoc, que resulta ligeramente borroso y tiene aspecto de escrito a mano. Este material inagotable nos sumerge en el mundo rural: en lo que fue, en lo que se ha convertido y en lo que cabe esperar que será.

También nos encontramos enseguida con la acumulación en apariencia desordenada de los cobertizos industriales gigantescos y genéricos que conforman el Tahoe Reno Industrial Center (TRIC), situado en el desierto de Nevada, el parque industrial más grande del mundo que hace las veces de trastienda de las grandes tecnológicas de Silicon Valley, atraídas a ese enclave por los incentivos fiscales y las facilidades urbanísticas. La exposición nos procura asimismo información sobre la cuadrícula cartesiana con la que Thomas Jefferson propuso ordenar el ‘salvaje desierto’ de los Estados Unidos, que se dividía en cuadrados cultivables de una milla de lado para facilitar el control y la venta. Aprendemos también cosas sobre el deshielo del permafrost en Rusia, los proyectos de infraestructura financiados por China en África, la gentrificación, la sostenibilidad, la preservación del patrimonio natural, el ocio, la cultura popular, etcétera. Y también se nos presenta la última tecnología a través de vehículos eléctricos, drones, satélites y tractores, uno de ellos, el Deutz-Fahr, colocado a la entrada del museo en la Quinta Avenida, junto a un contenedor industrial que bloquea la acera y en el que los peatones pueden observar cómo crecen los tomates en un microclima muy preciso creado por leds de color rosa.

Recolectados por Koolhaas con ayuda de su estudio, los estudiantes de Harvard, la Academia Central de Bellas Artes de Pekín, la Universidad de Nairobi, la Universidad de Waseda en Tokio, la Universidad de Wageningen y la Academia de Diseño de Eindhoven, los datos que presenta la exposición son, en verdad, sorprendentes. Sin embargo, ¿qué significa todo esto? ¿Por qué tales hechos y predicciones se presentan en un importante museo de arte? Después de todo, se trata simplemente de información. ¿Por qué necesitamos que las paredes de un museo se conviertan en un tablón de anuncios? En realidad, una de las preguntas claves de la muestra y uno de sus temas ocultos, es qué papel debe desempeñar un museo de arte hoy. Si aceptamos la tesis del comisario Hans Ulrich Obrist, según la cual lo que presenta el arte no son cosas sino discursos, entonces no encontraremos contradicción en la muestra de Koolhaas. Más aun, ¿qué mejor que un museo a la hora de presentar los grandes temas de nuestro tiempo? A fin de cuentas, los museos atraen hoy a la mayor parte del público con ganas de saber; han reemplazado a las catedrales medievales.

El otro tema oculto de la exposición tiene que ver con los modos de presentación. En la conferencia de apertura de una hora de duración que dio Koolhaas a los periodistas que llenaban el auditorio principal del museo, el holandés anunció que su muestra no tiene nada que ver con el arte. Y es cierto: a primera vista, el material presentado no se puede calificar de ‘artístico’. Sin embargo, cuando se accede a la exposición lo primero que uno se encuentra es al propio Koolhaas visto de espaldas, que mira frente a unas montañas dispuestas frente a él, y afirma: «Durante la última década, he estado recopilando información sobre un tema hoy muy descuidado: el campo.» A medida que avanzamos, Koolhaas no dejará de acompañarnos: la muestra adopta el estilo de un viaje personal elegido de una manera muy deliberada y artística, lo cual es un modo de presentar las cosas impensables fuera de un museo o un centro de arte.

¿Hemos perdido el control?

La muestra en el Guggenheim tiene menos el carácter de una predicción que de una advertencia: ¿qué pasará si el campo sigue desarrollándose sin contar con los arquitectos? El campo se ha vuelto cada vez más tecnológicamente avanzado; los edificios y los espacios que quedan entre ellos, así como sus interiores, se están transformando en espacios sin personas, completamente automatizados. Somos testigos de cómo la naturaleza se está aplanando y ordenando, hasta el punto de recordar a la serie ‘The Continuous Monument’, dibujada por Superstudio en 1969 y en la que monolitos interminables y cuadrículas blancas se superponían a paisajes pintorescos, haciendo del mundo algo extraño que no es ni ciudad ni campo.

El hecho de que este estado intermedio se esté volviendo cada vez más ambiguo tiene que ver con que, según la ONU, en 2007 el número de personas que vivían en las ciudades se igualó, por primera vez en la historia, con el número de las que lo hacían en el campo. Ya entonces muchos analistas mostraron su preocupación; ahora más de la mitad de la población mundial vive en ciudades. ¿Se trata de algo bueno o malo? ¿Qué hacemos al respecto? La respuesta de Koolhaas es la siguiente: «La mitad del mundo vive en ciudades, pero la otra mitad no.» Y, mientras que la mitad urbana ocupa sólo el 2% de la superficie del mundo, la otra mitad rural se extiende por el resto del territorio, el 98%. ¿A qué debe prestarse entonces más atención? La pregunta es retórica.

«Me interesa el campo por la misma razón por la que presté atención a Nueva York en los años 1970: nadie más lo miraba.» No deja de haber una contradicción en esta declaración de Koolhaas: si el holandés tiene tan claro que el campo se está transformando de una manera tan radical, eso no significa otra cosa que, de hecho, se le está prestando ya mucha atención al asunto. En realidad, la muestra tiene que ver con la revelación subjetiva del propio Koolhaas sobre el campo. Echemos otro vistazo a los inmensos edificios en el desierto de Nevada, o en concreto a su fascinación por ellos. No hay nada especial en estas cajas anodinas: ¿por qué deberían interesarnos? Koolhaas afirma que se trata de edificios basados en códigos, algoritmos, tecnologías, ingeniería y rendimiento, no en intenciones, es decir, en intenciones artísticas. En otras palabras: no están diseñados por arquitectos. Koolhaas afirma que estos cobertizos colosales y ‘poshumanos’ son aburridos y triviales, y sugiere que los arquitectos podrían hacer cosas mejores. Lo que en verdad le preocupa es que los arquitectos hayan perdido el control de las ciudades y haya tantos indicios de que el campo pueda desarrollarse también sin ellos. Koolhaas quiere desafiar este hecho y salvar de paso a la profesión.

¿Por qué el campo?

¿Por qué interesó el campo a Koolhaas? A través de la exposición, nos enteramos de que hace 25 años el holandés empezó a frecuentar un pueblo de montaña en la Engadina suiza y que, con el tiempo, se dio cuenta de que tal pueblo, a pesar de haber perdido gran parte de su población autóctona, había ampliado su huella construida. El lugar resultó atractivo para los turistas de temporada, algunos de los cuales llegaron a construir casas que rara vez habitaban. Se trata de un fenómeno que se da también en las ciudades, especialmente las globales como Nueva York o Londres, que atraen continuamente las inversiones inmobiliarias de extranjeros en busca de seguridad.

La cuestión principal aquí es que, para Koolhaas, hace mucho tiempo que los arquitectos han perdido el control de las ciudades, y que es probable que resulte demasiado tarde para que puedan hacerse con el del campo. Durante mucho tiempo, los políticos, los promotores y los empresarios han sido los desencadenantes del crecimiento de las ciudades: los edificios se promueven en función del beneficio económico. Los arquitectos suelen involucrarse en el proyecto cuando ya se ha decidido todo lo fundamental: el programa, la densidad, la circulación o el número de apartamentos por planta. De modo que quedan reducidos a la condición de ‘diseñadores de exteriores’. Como dijo César Pelli: «La arquitectura es cuestión de centímetros.» Esto es, en realidad, muy poético; el problema se produce cuando la arquitectura se reduce sólo a esos centímetros, a la pura envoltura. Desde esta perspectiva, la esperanza de muchos arquitectos puede estar en el campo: ese lugar vaciado donde las utopías propias pueden construirse desde cero. Resulta muy tentador: ¡construir en el campo un futuro alternativo!

Pero el caso es que los arquitectos ya llevan trabajando en el campo bastante tiempo, como evidencian todos estos estudios independientes en China que se han retirado al mundo rural para escapar del control de las autoridades y plantear soluciones alternativas a la llamada arquitectura de la globalización. Con todo, es difícil decir si el campo requiere más atención que las ciudades. No hay ninguna prueba de que esto deba ser así; de hecho, la realidad apunta a lo contrario: cientos de millones de personas esperan ser realojadas en muchas ciudades de China, y se prevé que varias urbes de la India y África se conviertan en megalópolis de entre cincuenta y ochenta millones de habitantes al final de este siglo.

No hay duda de que debemos prestar atención al campo, pero no a costa de nuestras ciudades. Ambos mundos, el del campo y el de la ciudad, están experimentando cambios formidables que necesitamos abordar con urgencia. ¿Deberíamos separar nuestra atención a uno y otro mundo? Hace más de cuarenta años, Koolhaas lanzó su carrera con un manifiesto urbano, Delirious New York; ahora ha escrito su manifiesto sobre el campo. Sus observaciones en ambos son válidas, y, gracias a este conocimiento, los arquitectos están mejor preparados para abordar los proyectos más necesarios donde quiera que estos se hallen.

Cuando salía del museo, me topé en la tienda con un póster donde aparecía otra declaración de Koolhaas: «¿Desde cuándo la palabra ‘visión’ sólo puede aplicarse a las ciudades?.» Esta es la posición equilibrada de un verdadero arquitecto visionario. ¿Y después? Tengo muchas ganas de ver los proyectos que Koolhaas construirá en el campo en los próximos años. ¿Por qué centrarse sólo en lo que no ocupa más del 2% del territorio de nuestro planeta?

Vladimir Belogolovsky, comisario radicado en New York, es autor de Conversations with Architects in the Age of Celebrity (DOM, 2015).



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