En Mr. Turner, la película dirigida por Mike Leigh, hay una escena en la que el protagonista aguarda, escondido tras una pared, el juicio implacable que emite sobre uno de sus cuadros la Reina Victoria. Hoy los gustos principescos no tienen importancia: los reyes ya no patrocinan el arte y, a diferencia de sus mayores, no dan señales de tener gusto. Por eso a muchos les resulta tan extravagante que el Príncipe de Gales no sólo emita opiniones sobre la arquitectura, sino que se atreva a proponer programas que, cuando menos, están a contracorriente de las modas. La última de esas ‘intromisiones’ que suelen crispar a la vanguardia de su país ha sido un texto publicado en Architectural Review, donde Carlos de Windsor reflexiona sobre el futuro de las ciudades y, tras cavilar sobre asuntos un tanto esotéricos como la unidad de la naturaleza o el origen del círculo, conmina a que los arquitectos piensen sobre la ciudad en su conjunto y procuren reanudar los lazos con la tradición. Son ideas que se sintetizan en un decálogo en el que conviven propuestas tan razonables como eliminar los coches y las señales de los núcleos urbanos o utilizar materiales sostenibles, con otras más tradicionales o dudosas, como disminuir la densidad edificatoria o recurrir a tipos tradicionales. Quien quiera hacerse una idea de la ciudad que Su Alteza sueña, sólo tiene que darse un paseo por Poundbury, el enclave diseñado por Léon Krier y que el Príncipe comenzó a levantar en sus dominios a finales de los años 1980.