«Todo, fuera personal o no, me resultaba una carga insoportable. La domesticidad, más que nada. No sabía lo que quería. Adoraba amis hijos; amaba mi hogar. Un verdadero hogar es el ideal más alto de un hombre; aun así... Bien, para conseguir la libertad, pedí el divorcio. Me fue negado, adrede. Pero quedaron establecidas las condiciones deldivorcio: tendríaque esperarunaño y el divorcio me sería concedido. El año transcurrió. La libertad legal aún me era negada por Catherine, y también todo lo acordado. No me quedaba, en esas circunstancias, más que una sola elección: afrontar la situación por mi cuenta e intentar llevar una vida lo mejor posible.»
Así relata Wright uno de los episodiosmás dramáticos de su vida: cuando, con 42 años, en el momento más creativo de su carrera, decidió abandonar a su mujer y sus seis hijos y fugarse a Europa con la esposa de uno de sus clientes, la ya célebre Mamah Borthwick Cheney.
Esta Autobiografía era una de las incomprensibles carencias de la bibliografía sobre Wright en castellano. Hemos de felicitarnos, pues, de que finalmente se haya traducido. Y hemos de felicitar también al traductor, José Avendaño, porque la tarea no ha debido ser nada fácil.
En efecto, el inglés de Wright siempre fue algo espeso, producto tal vez de sus orígenes galeses y del ensimismamiento de su entorno familiar. El propio traductor nos informa de que sus primeros editores anglosajones tuvieron que luchar a brazo partido con él para que el texto tuviese una mínima corrección gramatical.
Y es que Wright no era fácil en ningún sentido. Sus textos, por ejemplo, han sido trascendentales gracias a las interpretaciones hechas por admiradores, críticos e historiadores, pero él mismo nunca consiguió definir claramente su concepto más querido y original: la arquitectura orgánica.
Esta narración autobiográfica es entretenida y amena, pero resulta peligrosamente subjetiva. Así que para tener una idea más equilibrada de la vida de Wright —tan importante para su producción arquitectónica— lo mejor sería leer también la reciente biografía escrita por Meryle Secrest (AlfredA. Knopf, Nueva York, 1992). En ella nos enteraremos de que «Wright y la señora Cheney hicieron sus planes con cuidado. En el verano de 1909, ella se trasladó a Boulder, Colorado, a ver a una amiga, llevándose consigo a su hijos John y Martha, de 7 y 3 años. Su marido tenía algunas sospechas, según contó después, pero no les dio crédito hasta que recibió una carta en la que ella le pedía que fuese a recoger a los niños. (...) Cheney llegó a Boulder a primeros de octubre y descubrió que su mujer se había ido. Había quedado con Wright en Nueva York y ambos habían embarcado hacia Europa».
Es decir, una fuga en toda regla.