Actualidad 

Estatuas en guerra

30/09/2020


La modernidad, con su alergia a lo retórico, parecía haber conseguido algo difícil: que los monumentos nos produjeran indiferencia. Cientos, miles de estatuas y bustos colonizaban nuestras ciudades y no sabíamos, en puridad, de quiénes eran. Ni nos importaba. Las veíamos como el decoro o el atrezzo para que nuestras ciudades estuvieran simbólicamente ‘completas’.

Una de las consecuencias más imprevisibles de la crisis que, a todos los niveles, afecta a nuestras sociedades, es el hecho de que estos monumentos, más o menos desactivados por el paso de la historia y convertidos sólo en parafernalia cívica, hayan recuperado su significado. Un significado que, vuelto a la vida mediante el anacronismo —las ‘grandes figuras’ del pasado no tienen por qué serlo del presente— ha terminado produciendo rechazo y odio. En efecto, no puede calificarse sino de odio —un odio retroactivo e inútil— el hecho de que las multitudes, con ocasión del ominoso asesinato de George Floyd, se hayan puesto a derribar las estatuas de los personajes que representan el colonialismo y las jerarquías tradicionales del poder: negreros convertidos en próceres del siglo XVIII, generales racistas del XIX, pero también símbolos antaño intocables, como Colón o Churchill.

Tiene acaso sus razones, pero esta iconoclastia contemporánea resulta tan excesiva que ha llegado a provocar el rechazo de 150 intelectuales poco sospechosos de conservadores, que en julio pasado firmaron un manifiesto en la revista Harper’s contra lo que denominan la «cultura de la cancelación».

El Mundo: La 'purga' a las estatuas de Cristóbal Colón continúa en Colombia

El País: Las guerras culturales británicas se disputan sobre los pedestales


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