La primera ‘documenta’, organizada en Kassel como rama de una muestra de horticultura, nació en 1955 para acercar a las clases populares el ‘arte degenerado’ proscrito por los nazis. Pronto se convirtió en otra cosa. Celebrada cada cinco años, documenta Kassel acabó siendo durante su época de esplendor —las décadas de 1970 y 1980— el órgano por antonomasia de las vanguardias y también el mayor museo efímero de arte conceptual.
Sin embargo, la fuerza normativa y a un tiempo transgresora de las documenta ha ido debilitándose con los años, y son pocas las ediciones recientes que hayan despertado verdadero interés. Una excepción sería quizá la actual documenta, la número 14, dirigida por Adam Szymczyk y exitosa tanto por el número de visitantes como por las críticas favorables que ha recibido. Tal éxito puede deberse a su argumento —la reconstrucción de la esfera pública tras la crisis económica y democrática—, pero también al hecho inédito de que Kassel esté compartiendo sede con Atenas. Travestir a Kassel de Atenas tiene la ventaja de colocar al arte en el corazón simbólico de los problemas contemporáneos: desde el fracaso democrático de la Grecia reciente hasta la crisis de los refugiados, el Brexit, Trump, o los populismos... Son temas que serán debatidos en los cien días que durará la muestra, pero que ya han encontrado su símbolo: el Partenón de libros concebido por la artista Marta Minujín como un homenaje a lo mejor del pasado de Occidente.