Murillo es el reclamo principal de una muestra en la que el Museo del Prado pone en valor el peso del coleccionismo privado en las innovaciones temáticas o formales.
Aunque el germen de esta exposición fue el ofrecimiento al Prado por la National Gallery of Ireland de la valiosa serie de Bartolomé Esteban Murillo sobre el hijo pródigo, la labor curatorial de contextualización ha hecho que creciera en dimensiones e importancia hasta convertirse en una cita obligada para aficionados y, quizá más, entendidos. En ella apreciarán algunos aspectos fundamentales en la pintura barroca española y, en particular, andaluza, difíciles de detectar en las salas de los museos o en otras exposiciones: el peso del coleccionismo privado en las innovaciones temáticas o formales que se introducen en aquella escena artística y la abundancia en la producción de obras secuenciadas que exigen nuevas habilidades narrativas.
Muchas de esas series se dispersaron pronto, por lo que los conjuntos íntegros cobran especial relevancia. Javier Portús, jefe de Conservación de Pintura Española en el Prado, ha aprovechado el préstamo de la de Murillo para poner en valor otras dos que posee el museo: las que ilustran la historia bíblica de José, de Antonio del Castillo (completa), y la vida de San Ambrosio, de Juan de Valdés Leal (aquí incompleta). La yuxtaposición permite advertir no solo las grandes diferencias estilísticas sino también la creatividad de los artistas para enfrentarse a un tipo de representación para el que no contaban con “fórmulas”. Se apoyaron en la muy ensayada narración en imágenes de la vida de Cristo o de diversos santos, y usaron extensamente, como era habitual, la infinidad de estampas y dibujos que circulaban por los talleres para plagiar composiciones o detalles. Pero el resultado es algo nuevo...
El Cultural: Enganchados a las series… barrocas