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El puente como hecho civilizatorio

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El puente como hecho civilizatorio

Julio Martínez Calzón  
28/02/2009


El puente ha sido una construcción que a lo largo de toda la historia ha suscitado una profunda atracción sobre todo tipo de gentes, por la enorme carga de sugerencias que su efigie desprende. Estas sugerencias se relacionan con un sinnúmero de ámbitos y perspectivas que van desde lo resistente y duradero, hasta lo estético y simbólico, pasando por lo funcional, lo cultural e histórico, lo estratégico y defensivo. Atravesar un puente, sea de la clase que sea, y situarse en su centro transforma a la persona, proporcionándole una mirada especial y un sentimiento de serenidad, deleite y orgullo, a través del sutil y delicado dominio que la especie que realiza esa obra otorga al individuo, en relación a la naturaleza, al espacio e incluso al tiempo, mediante la percepción del tránsito que se produce bajo aquél.

Asimismo, la visión inferior de la estructura del puente crea en el observador un sentido de fuerza y tensión dramáticas y dinámicas, muy diferente a la mera contemplación estática que ofrece la mayoría de las construcciones. Incluso la palabra puente es, en todos los idiomas, un término clara y profundamente positivo, que comporta una amplia gama de referencias trascendentes: unión, comunicación, continuidad, seguridad, dominio o desafío.

Miguel Aguiló, en su sugestivo libro recientemente publicado, nos ofrece una extraordinaria y ponderada panorámica de todo aquello que los puentes conllevan, abriendo una honda reflexión acerca de múltiples aspectos que, a pesar de haber sido debatidos en muchos ensayos y tratados, han permanecido muy pobremente precisos, reclamando a día de hoy una auténtica teoría crítica.

Posiblemente, la complejidad constructiva e iconográfica de los puentes haya causado esa falta de enunciados precisos y acertados. Quizá también haya contribuido a ello el hecho de que la construcción de puentes, junto a la de los edificios de gran altura, ha alcanzado de forma repentina y en muy breve plazo unas dimensiones y propuestas extraordinarias, habiendo tenido un desarrollo lentísimo durante la mayor parte de la historia.

Tras una breve síntesis histórica y valorativa, el libro se concentra en definir con precisión los términos y los marcos que deben presidir el verdadero discurso del diseño de los puentes: el topos —lugar, contexto, integración, ligado al ser de las cosas—; el typos —esquema intelectivo, genético, originario, ligado al devenir de las cosas y con capacidad para identificar un tema invariante—; y la forma —tectónica, morfología, síntesis, memoria, ligada al surgir de las cosas—. Adicionalmente, han de incorporar el comportamiento estructural, lo material y lo constructivo, para finalmente trascender hacia el estilo de cada autor, expresión de su personalidad.

A continuación, se abordan los conceptos que figuran en el título del libro: el tipo (variedad) «como memoria y razón de lo construido»; y la forma (esencia) «como acto de creación y trascendencia», considerando multitud de planteamientos expuestos por proyectistas y críticos: la confusión entre cálculo y diseño; las interrelaciones entre la forma y el cálculo, nada claras; la centralidad de la estética por encima de la funcionalidad; la radicalidad de soluciones frente al compromiso y algunos más de gran interés.

Aguiló culmina su obra con dos capítulos claramente especulativos: uno sobre la disolución de los tipos clásicos, en el que aborda la evolución de la forma para independizarse de la funcionalidad resistente y de la belleza, hacia una autonomía total de la obra y otro, relacionado con las formas creativas de la innovación, que subtitula ‘promesas’, en el que analiza diferentes puentes muy actuales.

Estamos ante una obra de gran aliento, de extraordinario interés por la amplitud de argumentos críticos y por las numerosísimas ilustraciones, exclusivamente dibujos, que recogen la totalidad de los aspectos tipológicos, formales u ornamentales que se integran en la concepción del puente.

Cabría decir, sin embargo, que el puente actual y del próximo futuro no queda agotado, porque la realidad del puente se escapa como agua entre los dedos, atravesando todas las definiciones y acotaciones que se empleen para su análisis genérico. Y lo hace no por configurarse como un ser de carácter proteico, que lo es, sino porque, por una parte, el puente se nutre vorazmente del potencial casi infinito de nuevos recursos que la sociedad pone a su disposición; y por otra, porque a la vez ha de responder a la creciente demanda de condicionantes que esa sociedad va exigiendo: dimensiones, trazados, cargas dinámicas crecientes, rapidez de ejecución y procesos constructivos dando lugar a una continua creatividad formal que se va consolidando de inmediato en nuevos tipos (como Aguiló expresa), pero ajenos a vinculaciones históricas e incluso a influencias más recientes.

El puente es, como Miguel Aguiló agudamente nos señala, un verdadero hecho de civilización y, como tal, su esencia fundamental resulta ser el cambio.


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