El mito de que Silicon Valley se forjó en los garajes de algunos jóvenes geniales se ha quedado en eso, un mito que explica el origen de lo que hoy en día son inmensas y todopoderosas multinacionales. Como tales, las empresas tecnológicas buscan ahora sedes que estén a la altura de su dimensiones financieras y su penetración en la vida cotidiana de millones de personas, y para proyectarlas no dudan en contar con los servicios de las grandes figuras de la arquitectura internacional, que añaden la suya a la marca de la empresa para la que trabajan. Fue el caso, primero, de Apple, cuya sede en Cupertino está diseñando con mimo Norman Foster tras entablar un fructífero diálogo con el fallecido Steve Jobs. También el de Facebook, cuyo presidente Mark Zuckerberg trabaja codo a codo con Frank Gehry para delinear las trazas de su ‘ciudad’ en Menlo Park. La nómina se cierra, de momento, con la no menos poderosa Google, cuya sede, que se situará en Mountain View —a pocos kilómetros de la de Facebook— están proyectando Bjarke Ingels y Thomas Heatherwick, y cuyas líneas maestras acaban de presentarse. Definido por la sensibilidad medioambiental y por una estética que entronca con la de los grandes invernaderos, el campus estará formado por una serie de pabellones ligeros y desmontables cuya piel sinuosa de vidrio permitirá la creación de microclimas naturales sin romper la relación directa con el exterior. Cualidades como la luz y la ventilación serán los argumentos principales de un edificio que ejemplificará, como pocos, el nuevo capitalismo de lo virtual.