Actualidad 

El caso de Santiago Calatrava

Un iceberg de trencadis

28/02/2014


La arquitectura de Santiago Calatrava es mediática incluso cuando fracasa. Al mismo tiempo que las grúas rodeaban el Palau de les Arts para despojarlo de su gaudiano revestimiento de trencadís, otras grúas y andamios no menos aparatosos iban colonizando las explanadas de la Ciudad de las Artes y de las Ciencias para hacer posible el rodaje de Tomorrowland, una película producida por Disney y protagonizada por George Clooney, cuyo argumento, un tanto premonitorio, es la búsqueda de un «lugar perdido y enigmático». En esta ocasión, el retrofuturismo al modo fallero no fue tanto un telón de fondo cinematográfico —los edificios de Calatrava han hecho ya las veces de naves espaciales o de escenarios de Bollywood— como el protagonista de un drama constructivo, evidenciado por el hecho incuestionable de que las teselas de trencadís que cubrían los 8.000 metros cuadrados de la carcasa aerodinámica del Palau se estaban cayendo al suelo.

El desmontaje del recubrimiento y su sustitución por una solución duradera, que incorporaría, al parecer, pintura de grafeno, y cuyos costes han asumido voluntariamente el arquitecto y la empresa constructora, es el resultado de un proceso que comenzó a principios de 2013, cuando los abombamientos y las arrugas de la cubierta del Palau —inaugurado en 2005— hicieron saltar las alarmas. La Generalitat intentó entonces quitarle hierro al asunto achacando el evidente deterioro a un efecto óptico causado por los cordones de soldadura de la carcasa metálica «que se traslucen a través del trencadís», pero no tuvo más remedio que tomar cartas en el asunto el pasado 26 de diciembre, cuando comenzaron a desprenderse fragmentos de la cubierta y se decidió cerrar y vallar el edificio, encargándose de inmediato un informe técnico con el objetivo de determinar las causas de la patología.

El informe dio la razón a aquellos para quienes la solución constructiva aplicada en la cubierta —un revestimiento cerámico fijado a una base metálica mediante un adhesivo de caucho— había sido algo así como «alicatar el casco de un barco». Y en efecto: los desprendimientos se deben a un «fallo generalizado» de la adherencia de las piezas de trencadís causado por un error de diseño o una mala ejecución, o bien por ambos, y explicable por los distintos coeficientes de dilatación de la cerámica y el acero, una cuestión determinante si se tiene en cuenta que la temperatura de la cubierta puede oscilar entre los 4º C en invierno y los 60º C en verano.

En todo momento, la polémica ha tenido tintes ideológicos, y se ha encauzado en una campaña cada vez más virulenta que comenzó con la denuncia de una diputada de Compromis, y se acabó esgrimiendo con argumentos ad hominem cuando Esquerra Unida abrió una página web dedicada a los «proyectos ruinosos» de Calatrava, al que se describe, literalmente, como un «arquitecto estrella nacido en Valencia pero con residencia en Suiza, que ha cobrado aproximadamente 100 millones de euros de la Generalitat Valenciana sin facturar IVA ni pagar impuestos en España».

Independientemente de su presentación sensacionalista, el enfoque de esta web —que ha dado pie a una demanda judicial por parte de Calatrava— probablemente merece las simpatías de buena parte de la opinión pública, sensibilizada por las corruptelas de los ‘años de bonanza’ y por la espiral de informaciones sobre el arquitecto valenciano que se han ido destapando a lo largo de 2013 —su particular annus horribilis—, desde la presunta implicación en el caso Palma Arena hasta el polémico resultado de sus proyectos en Oviedo o Venecia.

A una inconsciente feria de las vanidades está siguiendo en España una airada hoguera de las vanidades. Pero cabe preguntarse si la inquina contra Calatrava —al cabo una especie de punta del iceberg de un sistema degradado— no debiera dirigirse más bien contra quienes le encargaron proyectos insensatos, y que con dinero público pagaron por ellos honorarios tan galácticos como los edificios de Valencia, y acaso más propios del George Clooney de Tomorrowland que de un arquitecto.


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