El artesano atribulado

Artesanía en el siglo XXI

Richard Sennett 
30/10/2017


El texto aquí reproducido es un extracto de El artesano, publicado en España por Anagrama (2009) con traducción de Marco Aurelio Galmarini.

La idea de artesano evoca de inmediato una imagen. Si se atisba a través de la ventana de un taller de carpintero, se ve en el interior un hombre mayor rodeado de sus aprendices y sus herramientas. Reina allí el orden, distintas partes de sillas juntas y cuidadosamente sujetas, el olor fresco de la viruta de la madera llena la habitación, el carpintero se inclina sobre su mesa de trabajo para realizar una delicada incisión de marquetería. El taller está amenazado por una futura fábrica de muebles.

También podría verse al artesano en un laboratorio cercano. Allí, una joven técnica frunce el ceño ante una mesa sobre la que seis conejos muertos yacen boca arriba y con un corte en el vientre. Mira con preocupación porque ha habido algún problema con la inyección que les ha aplicado y trata de determinar si ha cometido un error en el procedimiento o si es este el que falla.

A un tercer artesano se lo puede oír en la sala de conciertos de la ciudad. Allí una orquesta está ensayando con un director invitado; este trabaja obsesivamente con la sección de cuerdas de la orquesta, repitiendo una y otra vez un pasaje para lograr que los músicos deslicen sus respectivos arcos sobre las cuerdas exactamente a la misma velocidad. Los instrumentistas están cansados, pero también alegres, porque su sonido va ganando cohesión. El gerente de la orquesta está preocupado; si el director invitado insiste, el ensayo entrará en horas extraordinarias, con los consiguientes costes suplementarios para la administración. El director es ajeno a eso.

El carpintero, la técnica de laboratorio y el director son artesanos porque se dedican a hacer bien su trabajo por el simple hecho de hacerlo bien. Su actividad es práctica, pero su trabajo no es simplemente un medio para un fin que los trasciende. El carpintero podría vender más muebles si trabajara más rápidamente; la técnica del laboratorio podría pasar el problema a su jefe; el director invitado tendría mayores probabilidades de ser nuevamente contratado si mirase el reloj. No cabe duda de que es posible arreglárselas en la vida sin entrega. El artesano representa la condición específicamente humana del compromiso.

No se entiende bien la artesanía cuando se la equipara únicamente a una habilidad manual como la del carpintero. En relación con los trabajos del artesano, el alemán emplea la palabra Handwerk, y el francés artisanal. El inglés puede ser más inclusivo, como ocurre con el término statecraft (oficio de gobernar); Antón Chéjov aplicaba el término ruso mastersvo tanto a su habilidad de médico como de escritor. En primer lugar quisiera abordar todas estas prácticas concretas como si se tratara de laboratorios en los que es posible investigar sentimientos e ideas. Un segundo objetivo sería explorar qué sucede cuando se separan la mano y la cabeza, la técnica y la ciencia, el arte y el oficio. Mostraré cómo sufre entonces la cabeza, cómo se ven dañadas tanto la comprensión como la expresión.

El conocimiento y la ejecución, la ciencia y la técnica, dependen de las destrezas adquiridas por la mano a través de la repetición de gestos y de su asimilación por parte de la mente; el fin es la conexión de arte y oficio.

Toda artesanía se funda en una habilidad desarrollada en alto grado. De acuerdo con una medida de uso común, para producir un maestro carpintero o músico hacen falta diez mil horas de experiencia. Diversos estudios muestran que, a medida que progresa, la habilidad mejora su sintonía con el problema, como en el caso de la técnica de laboratorio que se preocupa por el procedimiento, mientras que la gente con niveles elementales de habilidad se debate de modo más exclusivo por conseguir que las cosas funcionen. En sus niveles superiores, la técnica ya no es una actividad mecánica; se puede sentir más plenamente lo que se está haciendo y pensar en ello con mayor profundidad cuando se hace bien.

La recompensa emocional que la artesanía brinda con el logro de la habilidad es doble: el artesano se basa en la realidad tangible y puede sentirse orgulloso de su trabajo. Pero la sociedad ha obstaculizado estas recompensas en el pasado y sigue haciéndolo hoy. En diferentes momentos de la historia occidental, la actividad práctica ha sido degradada, se la ha divorciado de objetivos supuestamente superiores. La habilidad técnica ha sido desterrada de la imaginación; la realidad tangible, cuestionada por la religión, y el orgullo del trabajo propio considerado como un lujo. Si el artesano se destaca por ser una persona comprometida, sus aspiraciones e intentos reflejarán estos problemas generales del pasado y el presente.

La mano contra la cabeza

Suele definirse la era moderna como una economía de habilidades, pero ¿qué es exactamente una habilidad? La respuesta genérica es que habilidad es una práctica adiestrada. En esto, la habilidad se opone al coup de foudre o inspiración súbita. El atractivo de la inspiración reside en parte en la convicción de que el puro talento puede sustituir a la formación. Para apuntalar esta convicción suele acudirse a los prodigios de la música. Es un error. Es verdad que Wolfgang Amadeus Mozart era capaz de recordar larguísimos pasajes, pero entre los cinco y los siete años este compositor había aprendido a entrenar su gran memoria musical innata improvisando al teclado.

Desarrolló métodos para dar la impresión de que producía música de manera espontánea. La música que luego escribió sigue pareciendo espontánea porque la trasladó directamente al papel con relativamente pocas correcciones, pero las cartas de Mozart demuestran que volvía mentalmente una y otra vez a sus partituras antes de dejarlas impresas en tinta.

Deberíamos sospechar de las pretensiones del talento innato, no entrenado. «Podría escribir una buena novela sólo con tener tiempo suficiente» o «sólo con poder concentrarme», es en general una fantasía narcisista. Por el contrario, volver una y otra vez a una acción permite la autocrítica. La educación moderna teme que el aprendizaje repetitivo embote la mente. Temeroso de aburrir a los niños, ansioso por presentar estímulos siempre distintos, el maestro ilustrado evitará la rutina; pero todo eso priva a los niños de la experiencia de estudiar según sus propias prácticas arraigadas modulándolas desde dentro.

El desarrollo de la habilidad depende de cómo se organice la repetición. Por eso en la música, como en los deportes, la duración de una sesión de práctica debe juzgarse con cuidado: la cantidad de veces que se repite una pieza depende del tiempo durante el cual se pueda mantener la atención en una fase dada del aprendizaje. A medida que la habilidad mejora, crece la capacidad para aumentar la cantidad de repeticiones. Es lo que en música se conoce como regla de Isaac Stern; este gran violinista declaró que cuanto mejor es la técnica, más tiempo puede uno ensayar sin aburrirse. Hay momentos de hallazgos repentinos que desbloquean una práctica que estaba atascada, pero esos momentos están integrados en la rutina.

Cuando una persona desarrolla una habilidad, lo que repite cambia de contenido. Esto parece evidente; en los deportes, al repetir una y otra vez un servicio de tenis el jugador aprende a dirigir la pelota de diferentes maneras; en música, al Mozart niño de seis o siete años le fascinaba la progresión de sexta napolitana en posición fundamental (el movimiento, digamos, de un acorde de do mayor a uno de la bemol mayor). Tras unos años de trabajar en ello, se hizo experto en producir la modulación en otras posiciones.

Los muros de barro compactado hechos a mano en África y Asia, o los fabricados hoy en Europa, sugieren la permanencia de un invariante que va más allá de materiales, estilos y culturas: la artesanía. 

En la sociedad moderna, estos preceptos relativos al desarrollo de la habilidad a través de la práctica chocan con un gran obstáculo. Me refiero al mal uso que se puede hacer de las máquinas. En el lenguaje común, lo ‘mecánico’ equivale a lo repetido de manera estática. Sin embargo, gracias a la revolución que ha tenido lugar en la microinformática, la maquinaria moderna no es estática; mediante los bucles de retroalimentación, las máquinas pueden aprender de su experiencia. El mal uso de la máquina consiste en impedir que las personas aprendan con la repetición. La máquina inteligente puede separar la comprensión mental humana del aprendizaje manual, instructivo, repetitivo. Cuando esto se produce, las capacidades conceptuales humanas se resienten.

A partir de la Revolución Industrial del siglo XVIII la máquina pareció una amenaza para el trabajo del artista-artesano. Se trataba de una amenaza física: las máquinas industriales nunca se cansaban, hacían el mismo trabajo hora tras hora sin quejarse. La amenaza de la máquina moderna al desarrollo de las habilidades es de otra índole.

Un ejemplo de este mal uso tiene lugar en el CAD (diseño asistido por ordenador), programa de software que permite a los ingenieros diseñar objetos físicos y a los arquitectos generar en pantalla imágenes de edificios. La tecnología se remonta al trabajo de Ivan Sutherland, ingeniero del Massachusetts Institute of Technology, que en 1963 imaginó cómo un usuario podría interactuar gráficamente con un ordenador. El mundo material moderno sería imposible sin las maravillas del CAD. Permite modelar al instante productos que van de tornillos a automóviles, especifica con precisión su ingeniería y dirige su producción real. En el trabajo arquitectónico, sin embargo, esta tecnología necesaria encierra también el peligro de mal uso.

Artesanía y ordenadores

En el campo arquitectónico, el diseñador establece en pantalla una serie de puntos; los algoritmos del programa conectan los puntos para formar una línea, en dos o en tres dimensiones. El diseño asistido por ordenador se ha hecho prácticamente universal en los estudios de arquitectura por su rapidez y precisión. Entre sus virtudes está la capacidad para rotar imágenes, de modo que el diseñador puede ver la casa o el edificio de oficinas desde muchos puntos de vista. A diferencia del modelo físico, el modelo de pantalla puede ser rápidamente alargado, encogido o dividido en partes. Hay sofisticadas aplicaciones del CAD que representan los efectos que producen sobre una estructura el juego cambiante de la luz, el viento o la variación estacional de la temperatura. Tradicionalmente, los arquitectos analizaban de dos maneras los edificios reales: en plano de alzado y por secciones. El diseño asistido por ordenador permite muchas otras formas de análisis.

¿Cómo es posible hacer mal uso de una herramienta tan útil? Cuando el CAD se incorporó a la enseñanza de la arquitectura para sustituir el dibujo a mano, una arquitecta joven del MIT observó que «cuando dibujas un terreno, cuando colocas en él las líneas de nivel y los árboles, se te queda grabado en la cabeza. Llegas a conocer el lugar de una manera que resulta imposible con el ordenador... El conocimiento de un terreno se adquiere trazándolo una y otra vez, no dejando que el ordenador lo «regenere para ti». No se trata de nostalgia: la observación de esta arquitecta señala lo que se pierde mentalmente cuando el trabajo de pantalla sustituye al dibujo físico. Lo mismo que otras prácticas visuales, los esbozos arquitectónicos son a menudo imágenes de posibilidades; en el proceso de plasmación y perfeccionamiento a mano de estos esbozos, el diseñador se comporta precisamente como un jugador de tenis o un músico, esto es, se implica profundamente en él. El terreno, como observa esta arquitecta, «se te queda grabado en la mente».

El arquitecto Renzo Piano explica su propio procedimiento de trabajo en estos términos: «Comienzas por un bosquejo, luego haces un dibujo, después produces un modelo y finalmente vas a la realidad —vas al terreno específico— para volver luego a dibujar. Creas una especie de circularidad entre dibujar y hacer.» En lo que respecta a la repetición y la práctica, Piano observa: «Esto es muy típico del enfoque artesanal. Piensas y haces al mismo tiempo. Dibujas y haces. El dibujo... es revisado. Lo haces, lo rehaces y lo vuelves a rehacer.» Esta cautivante metamorfosis circular puede quedar abortada por el CAD. Una vez establecidos los puntos en la pantalla, los algoritmos se ocupan de trazar el dibujo; el mal uso depende de que el proceso sea un sistema cerrado, una relación estática entre medios y fines, pues en ese caso desaparece la «circularidad» de la que habla Piano. El físico Victor Weisskopf dijo una vez a los estudiantes del MIT que trabajaban exclusivamente con experimentos informatizados: «Cuando me mostráis ese resultado, el ordenador comprende la respuesta, pero no creo que vosotros la comprendáis.»

El diseño asistido por ordenador encierra peligros particulares cuando se trata de pensar edificios. Dadas las capacidades de la máquina para borrar y redibujar de manera instantánea, observa el arquitecto Elliot Felix, «cada acción es menos sistemática de lo que sería en el papel..., menos cuidadosamente meditada». Este peligro se puede evitar volviendo al dibujo a mano; más difícil de contrarrestar es el problema de los materiales de que está hecho un edificio. Las pantallas planas de los ordenadores no pueden reproducir adecuadamente las texturas de los diferentes materiales ni asistir en la elección de los colores, aunque los programas CAD pueden calcular maravillosamente el volumen preciso de ladrillo o de acero que necesita un edificio. El hecho de dibujar los ladrillos a mano, por tedioso que sea, instiga al dibujante a pensar en su materialidad, a hacerse cargo de su solidez, que contrasta con el espacio que corresponde a una ventana, vacío y sin marca en el papel. El diseño asistido por ordenador también impide al diseñador pensar en la escala como algo que se opone al puro tamaño. La escala implica juicios de proporción; el sentido de la proporción en pantalla se manifiesta al dibujante como la relación de clusters y píxeles. El objeto en pantalla puede ser en realidad manipulado con el fin de presentarlo, por ejemplo, desde la ventajosa perspectiva de quien se encuentra en el terreno mismo, pero a este respecto el CAD a menudo se utiliza de forma incorrecta: lo que aparece en pantalla, encuadrado con una unificación como nunca se da en la visión física, tiene una coherencia inverosímil.

Los problemas relativos a la materialidad tienen un largo linaje en arquitectura. Pocos proyectos de edificios a gran escala anteriores a la era industrial contaron con dibujos tan precisos como los que hoy produce el CAD; el papa Sixto V rehízo la Piazza del Popolo en Roma a finales del siglo XVI describiendo en una conversación los edificios y el espacio público que imaginaba, instrucción verbal que dejaba amplio espacio al albañil, el cristalero y el ingeniero para que trabajaran con libertad y adaptándose a las condiciones reales. Los proyectos —dibujos a tinta en los que es posible borrar, pero quedan confusos— adquieren fuerza legal a finales del siglo xix, con lo cual estas imágenes en papel llegan a ser el equivalente de un contrato. Además, el proyecto marcaba una desconexión decisiva entre la cabeza y la mano en el diseño: la idea de una cosa se concebía acabada antes de su construcción.

Lo táctil, lo relacional y lo incompleto, son experiencias físicas que tienen lugar en el acto de dibujar. El dibujo representa una gama más amplia de experiencias, lo mismo que la escritura, que abarca la revisión editorial y la reescritura, o que la ejecución musical, que comprende la repetida exploración de las misteriosas cualidades de un acorde determinado. Lo difícil y lo incompleto deberían ser acontecimientos positivos en nuestra comprensión; deberían estimularnos como no pueden hacerlo la simulación ni la fácil manipulación de objetos completos. La cuestión es más complicada que la simple oposición de la mano y la máquina. Los modernos programas informáticos pueden aprender de su experiencia de manera expansiva porque los algoritmos se vuelven a escribir a través de la retroalimentación de los datos. El problema está en que se puede dejar a las máquinas hacer ese aprendizaje mientras los humanos sirven como testigos pasivos y consumidores de la competencia creciente, pero sin participar en ella. Por esta razón Renzo Piano, diseñador de objetos muy complicados, vuelve, en un proceso circular, a dibujarlos a mano a grandes rasgos. Los abusos del CAD ilustran cómo, cuando la cabeza y la mano se separan, la que sufre es la cabeza.

El diseño asistido por ordenador podría servir como emblema de un gran desafío que la sociedad moderna debe afrontar: el de pensar como artesanos que hacen un buen uso de la tecnología.

Richard Sennett, sociólogo estadounidense, es profesor emérito de la London School of Economics. 


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