E.Gunnard Asplund

Estocolmo, 1885-1940

29/02/2000


Los personajes de Alain de Saint-Ogan son como unos precursores inmediatos de los de Hergé. Podría uno pensar que Zig y Puce habían sido dibujados por un joven Georges Rémy, si no fuera porque el Hergé de esas fechas era todavía bastante torpón; de hecho, Quick y Flupke serán unos años después como la reedición hergiana de Zig y Puce. En vez de usar a éstos también podía haber utilizado a los Jo y Zette del Hergé ya maduro, pero no era necesario repetir a Hergé, que ya se había casado con Foster en una viñeta anterior, y me pareció razonable maridar al antiguo precursor sueco con el precursor francés. 

Para este dibujo estuvo en duda mucho tiempo la elección entre el Cementerio del Bosque y la Biblioteca de Estocolmo, quizá las dos piezas más reconocibles del maestro sueco. Para la biblioteca se hizo algún ensayo curioso, y queda algún boceto donde Bécassine y la Marquesa de Grand-Air se encuentran frente a la biblioteca. La imagen simultánea del edificio y la muchacha bretona de Pinchon era bastante insólita, aunque podrían haber coincidido en el tiempo. Pero al fin me decidí por los chicos de SaintOgan, que a fin de cuentas eran menos retro y más anticipativos, como Erik Gunnar Asplund. Van en zepelín a descubrir el país de los funkis, pero caen en el cementerio, una obra bastante poco funki entre las de Asplund, y más bien clásica tirando a dramática. 

Escogí el porche vacío, uno de los espacios más sugerentes de Asplund, aunque resulte difícil de reconocer en el dibujo; forzando la perspectiva se hace entrar la gran cruz que está en la loma y que ayuda a dejar claro de qué edificio se trata. Por otra parte, el agujero de la cubierta, una especie de metáfora del impluvium, frente al cual gesticula un grupo escultórico mirando al cielo, era perfecto para el aterrizaje del pequeño Puce... Parece que Zig se ha dado el batacazo en las escaleras —no debía haberse fiado de los paracaídas-globo de Saint-Ogan— y el arquitecto corre a socorrerlo. El pingüinoAlfred, que también va con ellos a descubir el país de los funkis, saltando desde el zepelín, cae más despacio porque pesa menos. Este Alfred acabaría siendo la mascota del Salón del Cómic de Angulema mucho tiempo después.



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