Una de las consecuencias de la reunificación alemana en 1990 fue la aceptación de la memoria del ominoso siglo XX a través de un hecho simbólico: la vuelta de Berlín a la condición de capital del Estado, y la subsiguiente recuperación de buena parte de sus edificios más emblemáticos. Así, en 1991, se lanzó el concurso para la conversión del viejo Reichstag en símbolo de la nueva Alemania. Y dos años después se hizo lo propio con el propósito de rehabilitar el Neues Museum, proyecto que quedó en manos de David Chipperfield y que fue el primer paso para la renovación completa de la Isla de los Museos, la acrópolis cultural auspiciada por el rey de Prusia Federico Guillermo IV y parcialmente destruida en la II Guerra Mundial. El proceso ha culminado este 12 de julio con la inauguración, por parte de una Angela Merkel casi en retirada, de la última pieza que faltaba por completar el conjunto, la James-Simon-Galerie: puerta funcional y simbólica a la Isla, que se ha construido también según proyecto de Chipperfield.
Encastrada en una de las paredes del canal del río Spree, la Galería es la más contemporánea entre los muchos museos que se construyeron en la Isla por una nómina de notables arquitectos a lo largo del siglo XIX, pero esto no ha sido obstáculo para que el Chipperfield haya sido capaz de dialogar con el entorno. Lo ha conseguido gracias a la atinada escala del edificio, la naturalidad con la que se ha insertado en la trama edificada y, sobre todo, la sutileza simbólica de su elegante cortina de esbeltos pilares, que continúa el ritmo columnario de los monumentos eclécticos que acompañan a la galería. Son rasgos que destaca Rafael Moneo en su crítica de esta obra de Chipperfield, que publicamos en las páginas de este número de Arquitectura Viva.